Arte para el desarrollo y políticas culturales

por Manuel Sánchez

Grace Ndiritu, Sitting textiles, 2006

El arte y por extensión las manifestaciones culturales que se ocupan de la realidad política y social con una finalidad de denuncia, como es por ejemplo la fotografía, nos hacen dudar ¿imágenes documentales o artísticas?, las dos; en esta dialéctica se halla el hecho artístico, las “imágenes bastardas”. Son imágenes éticas y estéticas por dos motivos: éticas al tener una postura comprometida y reflexiva ante el mundo y estéticas (est-éticas) por ser en sí una percepción sensitiva del mundo, que en absoluto tiene que ver con el concepto de belleza.

El problema viene cuando el mensaje (lo documental) queda banalizado y descontextualizado en grandes ferias o comentarios conceptuales, que obvian la historia contada. Ello es especialmente grave, cuando este arte político y crítico del Sur habla de manera explícita de situaciones de subdesarrollo y violación de los derechos humanos, básicos para reconstruir las “identidades periféricas” de América Latina, el sureste asiático, el mundo árabe o África Subsahariana.

Estas manifestaciones se impostan plenamente al leerse desde el “desarrollo” que ha sufrido una evolución durante las últimas décadas, pasando de lo económico a lo humano, entendido como un proceso de expansión de las capacidades de las personas, incluyendo a la cultura desde una doble dimensión: como un proceso que fomenta el desarrollo en los países del Sur y como un ejercicio para sensibilizar al Norte. Y en este punto entra el concepto de “educación para el desarrollo” como proceso para generar conciencias críticas y sociedad civil comprometida tanto en el Norte como en el Sur según la Estrategia de Educación para el Desarrollo de la Cooperación Española.

Esta definición tiene cuatro dimensiones: la formación (formal o no formal), la sensibilización, la investigación y la incidencia política y movilización social. En su mayor parte (salvo quizás la investigación) estas características se pueden aplicar perfectamente al arte crítico y político que se produce en el Sur, y encajarían perfectamente dentro de la educación para el desarrollo informal. De este modo el arte es un punto de partida y no de llegada en tanto lugar de intercambio, de diálogo, una ventana al mundo.

Dibujo de Yanisel Ordóñez (9 años), del taller Coloreando mi barrio, La Habana

En este sentido distingo tres modos de hacer arte para el desarrollo:

1. Arte como educación:
Programas como Arte para todos trabajan desde la sensibilización pública. Llevado a cabo por voluntarios de la ONU y la Municipalidad de Tegucigalpa (Honduras), varios artistas voluntarios venidos desde distintas partes del planeta, llenaron la capital hondureña con murales y esculturas de materiales naturales o reciclados sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Existen otras iniciativas como la creación del taller artístico para niños/as: Coloreando mi Barrio, promovido por el artista Jorge Jorge en un antiguo basurero de La Habana donde hoy lucen murales y sonrisas de niños/as. O el programa bonaerense Arte & Organización Social, mejorando la calidad de vida de población marginada al facilitar su integración social mediante una cultura para el desarrollo.

2. Arte típico:
Aquí entra la iniciativa de la AECID: ARTE inVISIBLE que a pesar de sus buenas intenciones, me resulta insuficiente y más en el contexto banalizador de ARCO. Su objetivo de fomentar el desarrollo cultural en países del Sur, rescatando a artistas con un alto nivel artesanal que siguen las tradiciones de su país pero está desprovisto de una crítica hacia la realidad que les toca vivir.

3. Arte crítico:
Aquel que producido en el Sur, posee una elaboración estética dentro del movimiento posconceptual y realiza una crítica hacia la realidad que les toca vivir, hablando directamente de subdesarrollo y de derechos humanos. Son artistas que practican un arte objetual, documental-fotográfico (donde los medios de comunicación juegan un papel crucial), instalaciones, videoarte o accionismo (muchas veces mezclados), permaneciendo a menudo al margen de la cooperación cultural. Es el caso de Regina José Galindo, artista guatemalteca que en su acción ¿Quién puede borrar las huellas? (23 de julio de 2003) deja huellas de sangre por todo el casco histórico de Guatemala, en recuerdo a las víctimas que murieron durante el conflicto armado en el país centroamericano y en contra de la candidatura presidencial del ex dictador genocida Efraín Ríos Montt.

Regina José Galindo, León de Oro a la mejor artista joven en la Bienal de Venecia 2006

Los dos primeros modos aparecen en la línea estratégica número cuatro de la Estrategia de Cultura y Desarrollo de la Cooperación Española, titulada “relación y complementariedad entre Educación y Cultura”, hablando de la implicación del alumnado en fenómenos culturales y artísticos contemporáneos, pero adolece de un apoyo a artistas del Sur que trabajen en este sentido. Tan sólo se lanza una invitación a creadores, artistas, organizaciones culturales públicas y privadas, grupos culturales, etc. Pero no se ve una coordinación, dinamización y difusión serias mediante exposiciones itinerantes que surjan desde la propia AECID y sus Oficinas Territoriales en el Sur.

Por lo tanto hago tres propuestas:

1. La inclusión del arte posconceptual en las estrategias culturales de la cooperación española estableciendo redes e intercambios entre el Sur y el Norte para reconstruir las identidades, en contra de la visión colonialista que aún existe. Sólo desde este diálogo se puede sensibilizar y fomentar un verdadero desarrollo.

2. Proponer espacios alternativos a los del mercado del arte en la vorágine postliberal para presentar estas propuestas artísticas. Es un intento de ganar coherencia ya que estas obras postconceptuales critican los sistemas que realmente las exhiben. Estos espacios podrían estar propuestos por las autonomías y ayuntamientos en programas de “Cultura solidaria”.

3. Transversalizar la cultura y el arte como un instrumento dentro de la educación para el desarrollo en las distintas estrategias de la cooperación española, para unir sinergias y producir un diálogo bajo una idea de la pobreza multidimensional: estrategias de educación, pueblos indígenas, lucha contra el hambre, salud, género, acción humanitaria, construcción de paz, medio ambiente y desarrollo sostenible y gobernabilidad. Con esta horizontalidad se contextualizaría a la cultura y las manifestaciones artísticas en las cuestiones de gobernanza democrática, derechos humanos y macroeconomía a las que aluden.

Fomentar un arte para el desarrollo también implica hacer visibles conflictos, a menudo periféricos y olvidados, a través de elaboraciones estéticas que sensibilicen y movilicen al Norte, a nosotros (nos-otros).

Camilo Egas, Cabeza de indio, O/T, 1929
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