Cnida, o la evocación


Hisae Yanase ante Kaitezu.
Foto: Antonio I. González

José Álvarez / Ars Operandi 

Cerca de Tokio, en el pueblo pesquero de Enoshima, las capturas que los pescadores traen diariamente tras faenar en la mar se ponen a la venta cerca del puerto. El pescado no se vocea ni se dispone en grandes capachos, como en nuestros muelles, sino que existe una tradición llamada gyotaku, consistente en mojar las piezas más sobresalientes con tinta e imprimirlos en un papel, al que se le añade posteriormente el peso y el precio, haciendo así el pescado la función de matriz o plancha de grabado. Esta actividad, que es el núcleo del celebrado ensayo de Joan Fontcuberta Los peces de Enoshima, proporciona al posible comprador, al espectador en general, una visión directa del producto que se expone por medio de su huella. Esta huella, que Fontcuberta asocia al trozo de memoria que cada fotografía lleva implícita, no permite una diferente interpretación de la realidaden este caso, los peces ya que es un rastro directo el que el pescado ha dejado en el papel mojado. Si los peces de Enoshima se nos muestran por impresión, por técnica directa, realista y descifrable, los otros seres marinos que Hisae Yanase ha creado en Cnida se nos muestran a modo de evocación.

Hisae (Chiba, Japón, 1943) nos muestra en Arte21 su última producción, en la que alterna trabajos en cerámica con pintura. No vamos a insistir en la vigencia de la cerámica como lenguaje artístico contemporáneo, insertos como estamos en un panorama en que la materialidad de la obra de arte ha perdido en muchos casos su significado, expresándose cada vez más a menudo por medio de un metalenguaje que olvida las técnicas tradicionales. La maestría, en el sentido más técnico – de techné, de ars - que se evidencia tras la contemplación de las obras de Hisae, el conocimiento total de la materia cerámica y de su transformación, modelado, ignición y enfriamiento, es lo que permite la creación de un mundo abisal materializado en tierra cocida, que condesciende a observar las formas gráciles de las medusasetéreas, translúcidasadaptadas a la dureza de la cerámica, sin perder por ello la levedad a la que estos seres están asociadas.

He hablado antes de evocación, y no es sino con este nombre como puedo describir la sensación que causa la pieza titulada Kabira, en la que la pared del fondo se ha transformado en un paisaje de pesca. En él, el cabo que asciende la pieza cobrada se convierte en un punto referencial que sitúa al espectador en la profundidad del mar. Un bucle temporal muestra a su vez la medusa desparramada en la arena tras su captura así como cuando es izada a la superficie momentos antes. Hisae ha utilizado la silicona para evocar la medusa muerta, mientras que la fauna que nada en la profundidad se ha trabajado con la cera utilizada para la fundición en cascarilla. Es la convivencia diaria, durante años, con los materiales, lo que permite a Hisae adivinar las formas plásticas en elementos que tienen un uso puntual y efímero, secundario. La cascarilla cerámica, desechada siempre tras la fundición, se convierte de la mano de Hisae en la serie Sango, una colección de pólipos con policromías y elementos coralinos añadidos altamente expresivos. Cerámica es también la serie Kurague, en gres y terra sigilata, de formas redondeadas y contundentes, así como la siguiente en exposición, Kaitezu.

Kaitezu es quizá la pieza donde Hisae deja entrever más su exquisita sensibilidad oriental. La serie de elementos que conforman Kaitezu, con predominio de los blancos y las tierras, alternan el craquelado rakú con la ligereza de la policromía a pincel, heredera directa del Shodō, la grácil caligrafía japonesa, prodigio de levedad y firme decisión.

La pintura es asimismo protagonista de las series Kaison y Cnida, extractos bidimensionales de los fondos abisales, donde las miscroscópicas criaturas marinas, las iridiscencias de los seres luminiscentes y toda materia suspendida en el agua y que es llevada y traída por las corrientes se evoca aquí por medio de la pincelada suelta y las reservas de blancos que hacen las veces de los cuerpos opacos marinos. Más que una bajada al fondo del mar, más que una visión directa al modo de los peces de Enoshima, Hisae nos seduce con unas formas, colores y volúmenes que tienen la capacidad de transportarnos a una suerte de irrealidad ensoñadora, a la evocación de un fantástico mundo submarino.

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