Artistas españoles del exilio. Memoria, ideología y vida


Antonio Rodríguez Luna, Paisaje de Varetz, 1939-40

 A. L. Pérez Villén / Ars Operandi

Hablar de exilio en España es hablar de las consecuencias de la guerra civil para los republicanos, hablar del éxodo de militantes comunistas, socialistas y anarquistas, personas nimbadas por el compromiso político con la causa republicana, familias cuya concepción de la vida no podía prosperar en una dictadura como la que se avecinaba. Y hablar de exilio es hablar de México y de Argentina, también de París y en menor medida de otros países americanos y europeos. Y esta realidad (artística) es la que se recoge en la exposición que motiva estas líneas. Una muestra que se ha centrado en medio centenar de artistas españoles, eludiendo los menos significativos y consolidados, que reúne casi 200 obras procedentes de 70 colecciones diferentes (públicas y privadas) y que se distribuye entre la Sala Museística CajaSur (América) y el Palacio de la Merced (Europa). La exposición, que ha sido comisariada por Jaime Brihuega y que está organizada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Universidad de Zaragoza y de Córdoba, Ayuntamiento de Córdoba, Fundación Cajasur, Fundación Rafael Botí y Junta de Andalucía, se organiza en torno a dos fechas límite: 1939 y 1960. La primera que señala el inicio del exilio y la segunda que marca la inflexión de la renovación del arte español.

Pero hablar de exilio también es hablar de renuncia, de reclusión interior, de no salir de España aún sintiéndose fuera, de salvar el pellejo pero no la vida, porque la vida permanece secuestrada por la realidad circundante. Este suerte de exilio, el exilio interior, no está presente en la exposición, que se remite a lo que todo el mundo entiende por exilio, a los transterrados; es decir, a los queen palabras del filósofo José Gaos, también exiliadoabandonan España sin dejarla del todo, transportando en su interior las vivencias y las huellas de una realidad a la que se aferran en el país de recepción. Pues bien, México será el país americano que mayor número de exiliados españoles acogerá, seguido de Argentina, Venezuela, Santo Domingo, Chile, Puerto Rico... El motivo es bien sencillo: su presidente, Lázaro Cárdenas, es el artífice de una política de acogida que se corresponde con su compromiso con el gobierno republicano español, al exigir la intervención de la comunidad internacional en el conflicto en que se ve envuelto el gobierno democrático de la II República. De hecho en México se crea la Casa de España con el propósito de dar acogida a los intelectuales y artistas españoles que abandonan el país al finalizar la contienda civil. Allí llegará a mediados de 1939, entre otros, el cordobés Antonio Rodríguez Luna, de quien se muestran dibujos de su etapa mexicana y algún óleo (Mujeres Vela, 1940) en el que aún es patente su filiación por entonces surrealista, una figuración que recuerda iconográficamente a Dalí y que más tarde abandonará para recuperar el expresionismo de sus dibujos de guerra.

En México también permanece exiliado Ramón Gaya, mucho más comedido en su figuración, así como Aurelio Arteta, enfrascado en la regeneración de los ideales locales (vascos) en el ámbito de la reformulación de los lenguajes de las vanguardias históricas y Enric Climent, representado con una Figura con casa al fondo (1929) que aúna la reciedumbre del ancestro terrenal, propugnado por artistas que mucho más tarde decantarán la Escuela de Vallecas, y los ecos de la pintura metafísica de De Chirico. En el país azteca hallamos también a Arturo Souto, Antonio Ballester y Manuela Ballester, José Bardasano, José García Narezo, Elvira Gascón, Salvador Bartolozzi, Fernández Balbuena, Miguel Prieto... Mención especial requiere la surrealista Remedios Varo, en cuya pintura se atisba la simiente de lo que muchos años después podría inocular el manierismo representativo y compositivo de la nueva figuración madrileña (los primeros Pérez Villalta, Chema Cobo, Alcolea...). Otro hito es José Moreno Villa, que tanto había hecho por la emulsión de la vanguardia en el acervo estético de las invariantes castizas del arte español, y del que se muestran, entre otras piezas, un generoso óleo en el que de nuevo el simbolismo de la premonición funesta cobra todo su significado para un exiliado (Nocturno, 1950-1952). También hay que mencionar los fotomontajes devenidos carteles del catalán Josep Renau, con esa estética grandilocuente y contrastada que pretende a toda costa focalizar la atención del público.

La siguiente localización del exilio que nos propone la exposición es la del Cono Sur americano, siendo Buenos Aires el principal foco de atención. En dicho contexto vendrían a desarrollar su trabajo artistas como Luis Seoaneel influjo de Picasso y su vuelta al ordeny Rafael Alberti, de quien se muestran sus célebres dibujos con textos (poéticos), además de Manuel Colmeiro, Ramón Martín Durbán, José Vela Zanetti, Joan Junyer, Luis Quintanilla, Josep Gausachs, Cristóbal Ruiz... Hemos de detenernos en los casos de Manuel Ángeles Ortiz, Maruja Mallo y Eugenio Granell. El primero porque de él se muestran dos facetas de su obra muy poco conocidas: un registro expresionista figurativo (Fugitivos, 1937) y una colección de esculturas a caballo entre los 30 y los 40 que se instala en esa estética a la que ya nos hemos referido en el caso de Moreno Villa y que ahora volvemos a calibrar en el seno de lo que se denominaba arte nuevo como una suerte de surrealismo ancestral. Una estética presente también en los delicados dibujos de Maruja Mallo y sobre todo en los lienzos de Eugenio Granellpalpable en Instrumentos totémicos, 1948tornada ya definitivamente hacia el surrealismo, estilo del que el gallego fue uno de los principales paladines españoles.

Óscar Domínguez, Teléfono y revólver, 1944

En otro contexto diferenteexpositivo y estéticose mueve el exilio en Europa. Los artistas que permanecieron recluidos en el viejo continente parecen tener más a mano las referencias ineludibles de las primeras vanguardias. No en balde el término Escuela de París viene a designar un conjunto de registros estilísticos que se enmarcan bajo el paraguas de aquellas, por lo general desempeñados por artistas españoles en general y exiliados y antifranquistas en particular. La nómina es muy extensa, si bien como decíamos la exposición se centra en los más consolidados. Allí están Antonio Clavé, uno de los protagonistas del cajón de sastre que en España se fraguó en torno a lo que vino a denominarse como Nueva Figuración. Mucho más académico, Timoteo Pérez Rubio, así como evocador y sofisticado. Como no, los dibujos absolutamente limpios y de precisos contornos, sensuales e incluso morbosos del retorno al orden de Gregorio Prieto, además de Joan Rebull, Feliú Elías, Leandre Cristófol, García Condoy, García Lamolla, Ucelay, Baltasar Lobo, Julián Castedo... Hay que señalar la presencia de Alberto, transterrado a la URSS y de quien, entre otras obras, se exhiben unos excepcionales Toros ibéricos (1957); la comparecencia coyuntural de la obra previa a El Paso de Manuel Viola; el registro plenamente surrealista de Estebán Francésinapelable en Composición surrealista, c. 1934antes de su estadía primero mexicana y más tarde estadounidense y de su célebre etapa abstracta; y el surrealismo pleno y exacerbado del canario Óscar Domínguez, presente con obras inolvidables como La apisonadora y la rosa (1937), Teléfono y revólver (1944) y El pintor y la modelo (1945), en el que la sombra picassiana se proyecta sin reparo alguno.

No queremos terminar este recorrido sin detenernos en el caso del cordobés Ángel López-Obrero, residente en Barcelona desde los primeros años 30, de manera que cuando finaliza la contienda civil decide abandonar el país, pasa unos meses en campos de concentración franceses (Argeles-sur-Mer) y más tarde estadías en París, Perpignam y Toulouse. Resuelve volver a España y es detenido en la frontera, juzgado y condenado en consejo de guerra a 20 años de prisión, de los que cumple condena en Figueras y después en la Modelo de Barcelona. Sus palabras son lo suficientemente elocuentes para entender el calvario por el que pasó : “Terminada la Guerra Civil marché a Francia, exiliado y cuando Petain claudicó tuve que regresar a España. Y entonces fue cuando me formaron el consejo de guerra, que me condenó. Yo empecé a cumplir condena primero en la prisión de Figueras y después en la cárcel Modelo de Barcelona (...) Sobre 1944 o 1945 salí de la cárcel en libertad vigilada, es decir, que no me podía mover; no podía tener pasaporte ni ejercer mis derechos civiles ni podía ser profesor de dibujo en centros oficiales ni podía trasladarme de domicilio. Y en esa situación me arriesgué a venir a Córdoba, con la terrible angustia de que alguien me delatara y la policía me devolviera no a Barcelona, sino a la Modelo, otra vez. Por fortuna no ocurrió así. Pero en esa situación tuve que vivir hasta el año 1966, en que al cumplirse veinte años de libertad vigilada me levantaron los antecedentes penales” (Fco. Solano Márquez; Caja Provincial de Ahorros, Córdoba, 1994). Pues bien, de López-Obrero se exhiben unos exquisitos dibujos de aquellos años de penuria y desesperación. Dibujosen especial el titulado Peras y sandía, 1940en los que se aprecia la llamada del retorno al ideal clásico desde la perspectiva de la reinvención de la realidad a través del prisma de la tradición formal italiana y los aires renovadores de la nueva objetividad alemana.

Y puestos a recordar, habría que hacerlo con dos artistas cordobeses que aún sin estar presentes en la exposición vivieron el exilio. El primero de ellos, Francisco Zueras, oscense de nacimiento y cordobés de adopción, pasó una temporada en los campos de concentración franceses y aunque pudo volver pronto a España tuvo que hacerlo abandonando sus ideales asociados al republicanismo, a los que sólo pudo volver cuando el régimen franquista daba inequívocos signos de relajación. Pintor, académico, historiador y crítico de arte, su nombre permanece asociado al arte cordobés de la segunda mitad de la pasada centuria. Otro tipo de exilioel exilio interiortuvo que vivir Horacio Ferrer, que apoyó la causa republicana con dibujos y grabados que aparecían en publicaciones y revistas de su ejército. Por si no fuese suficiente sus tristemente célebres Aviones negros (“Madrid, 1937”) participaron con rotundo éxito en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937, organizado por el gobierno de la República. Al finalizar la guerra civil Horacio Ferrer tuvo que vivir de espaldas a sus ideales, sus principios. Se mantuvo como decorador, artista muralista, artista de temática religiosa, paisajista, pintor de bodegones... hasta fallecer en 1978.

Terminando con la reseña de la exposición debemos dar cuenta de la existencia de otros dispositivos anexos a la exhibición de obras de arte. Nos referimos a tres instalaciones simbólicasmuy queridas por otra parte por el comisario de la muestra, Jaime Brihuegaque remiten a la contienda bélica, los campos de concentración y el tránsito oceánico, así como un documental sobre el exilio español realizado ex profeso por Joan Dolç y sendos collages antológicos, uno musical y otro cinematográfico, compuestos de fragmentos de obras de autores españoles de la época. Y por supuesto el catálogoque esperamos con ansiedaddadas las enormes expectativas que la colaboración de especialistas en el exilio, levantan en el ánimo de cualquier historiador. Una exposición, un proyecto expositivo, de gran calado y que no debemos dejar pasar la ocasión de visitar y disfrutar.

Después de la alambrada.
El arte español en el exilio, 1939-1960

Sala Museística Cajasur y Palacio de la Merced, Córdoba
Hasta el 14 de febrero
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Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Que bonitos las obras de Ramón Gaya.
F.Salido
Anónimo ha dicho que…
Me gusta el Gaya moderno, el que bebe en la fuente de las vanguardias sin perder de vista lo autóctono, el Gaya que casi es coetáneo de su tiempo. Me gusta menos, casi no me interesa, el Gaya clásico, el que se reinventa a sí mismo desde la vuelta al orden posterior.
A.L.P.V.