Juan Luque: Where I end and you begin


Juan Luque, Adventure, O/L, 2011 (de la serie Circos)
 
José Álvarez / Ars Operandi

De los alicientes del arte, uno de los más interesantes de abordar por el espectador es su carácter de búsqueda continua, de superación de las fronteras que (vanamente) pretenden estar establecidas. El artista se vale de sus recursos técnicos para desplegar ante sí y ante todos un lenguaje propio en continua evolución. Lo sugestivo en esta exploración es justamente su carácter de descubrimiento, de la apertura que supone la revelación. Where I end and you begin, el título bajo el que Juan Luque ha agrupado su última producción pictórica, participa de este continuum vital como materialización de su proceso de análisis de la realidad, una realidad que no tiene por qué ser una realidad física, pero que sí lo es circundante, aunque rodee al pintor en un plano que va más allá de lo visible e inmediato, y que encuentra sus fuentes en la memoria íntima. La memoria, esa mezcla de vivencias que a muchos son comunes, se configura a través de una iconografía propia dotada del poder de la evocación. Un poder que nos hace ver un paisaje de Richard Estes en el reflejo de un escaparate, mientras atravesamos una avenida, o hace surgir un turner en una mañana brumosa. Los paisajes de Juan Luque participan en gran parte de este poder desde el momento en que los asimilamos como algo reconocible o incluso propio. Ejemplo de ello es la serie Moteles, en la que el espectador no sólo identifica la forma a primera vista –los moteles de carretera estadounidenses–, sino que es capaz de revestirlo de un significado añadido, tomado de su bagaje personal, existencial. El paisaje representado se convierte así en algo vivo, en el que puede sonar música de fondo: be-bop, si nuestro referente es On the Road, de Kerouac; Born To Be Wild, si la imagen que asociamos parte de Easy Rider… La fuente es inagotable. Del mismo modo, su capacidad narrativa deja abierto un guión en el que podemos escribir nuestra propia road movie. Where I end and you begin pretende justamente este juego entre la obra de arte y el espectador: donde yo acabo y tú empiezas.

Juan Luque, Steak & Snake, O/L, 2011
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Los paisajes de Juan Luque tienen otras peculiaridades. A diferencia de otros artistas, que hacen síntesis de lo figurativo para expresarse en un lenguaje no referencial, Juan Luque ya hacía sentir la presencia del paisaje en etapas anteriores, en las que el resuelto informalismo dejaba atisbar un interés que se hace plenamente visible en la muestra La disciplina del horizonte (2002), en la que –curiosamente– la serie predominante era titulada Paisajes sin memoria. Es en 2004 cuando Océanos de tiempo revela uno de los elementos iconográficos característicos de Juan Luque: sus faros. No son precisamente estos vigías de las costas parte del paisaje que el pintor divisa desde su estudio, ni los horizontes bajos y extensos donde el mar se pierde, sino la campiña montillana en su más pura esencia de tierra y viña. Sin embargo, nada se asocia en su obra a su entorno inmediato, si no fuera –como hemos visto– y, una vez más, por la reminiscencia de lo vivido. El pintor altera de forma sustancial la realidad porque no se conforma –porque no es su deseo– con la mera verosimilitud. Los colores terrosos, los ocres polvorientos, la poética vallecana, tan cercana y vigorosa –diríamos que, natural– dejan paso por el contrario a una paleta absolutamente personal donde los colores se revisten con una capacidad de reivindicación del deseo pictórico del artista. Su presencia pareciera discreta. La técnica de Juan Luque –pintar, frotar, arrastrar, borrar, repintar– es engañosamente diferente a la que utiliza el pintor colorista que gusta del resultado vibrante. Basta contemplar obras como Adventure para deleitarse con las más puras luces crepusculares, que inundan el lienzo mientras bañan la superficie de la carpa. Faros y circos aparecen en la intemperie desnuda como surgidos de la nada. Son vastos espacios que el espectador atraviesa formando parte de la narración que en ellos hay implícita, y que sirve al artista para convertir lo inmenso en íntimo. Enhiestos y vigilantes, o nómadas y solitarios, faros y circos –o una casa solitaria de luz titilante– son la coartada elegida por el pintor para resolver su interés por el espacio y la perspectiva y por aprehender la atmósfera presente en cada situación. Su forma de trabajo, los barridos, los borrados, el uso de las lijas, espátulas y cuchillas, añaden a la atmósfera un ruido particular, una superficie que registra todos y cada uno de los pasos que Juan Luque decide en el proceso. Es una no huella que precisamente en su contradicción sirve como el surco que registra los sonidos de la memoria vivida.



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