Pipilotti Rist: visiones animadas de ayer y de hoy


A. L. Pérez Villén/ Ars Operandi

Pipilotti Rist nace en 1962 en uno de los múltiples valles del Rhin a su paso por Suiza y debe su nombre artístico al célebre personaje literario de Astrid Lindgren, Pipi Calzaslargas, de quien se siente en alguna manera deudora por su desenfado y alegría vital. Habitual de cualesquiera de las citas internacionales del arte a partir de los años 90 que se precien de tal cosa, su obra, siempre energética y revitalizante, colorista y agradable –por más que con ello no pierda un gramo de crítica y denuncia– se mueve en el ámbito de los media tecnológicos y alterna la videoinstalación con la instalación a secas. Formada como ilustradora, fotógrafa y diseñadora, primero en Viena y más tarde volcada en el video –en Basilea– trabaja como operadora gráfica en distintos medios y estudios hasta que decide dedicarse en exclusiva a la creación artística. Una decisión que contempla no sólo el video y las instalaciones sino también el cine y la música. Hace unos años fue docente en una universidad americana pero en la actualidad vive y trabaja en distintas localidades suizas. En España han sido exhibidas obras suyas en la Fundación Tàpies de Barcelona, el MUSAC de León y el Reina Sofía de Madrid.

Pipilotti Rist en la Hayward Gallery. Foto: Ars Operandi
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En la Hayward Gallery –inserta en un conjunto cultural, el Southbank Centre, que alberga teatros y salas de conciertos en uno de los meandros del Támesis, junto a la Tate Modern– presenta una veintena de piezas bajo el rótulo Eyeball Massage, título que no puede ser más explícito, pues si de algo se trata en la obra de la artista suiza es de masajear la vista. Un masaje implementado por su particular universo y que pretende activar una respuesta cuando la información sea procesada debidamente y en cada caso por el espectador. Porque una cosa sí que es que irrenunciable en este tipo de dispositivos artísticos. Lo es con otros más tradicionales como la pintura, lo sigue siendo con la escultura, que impone la masa presencial de un objeto en nuestra trayectoria, pero es sustancial en todo tipo de instalaciones, en particular en las de vídeo y especialmente en las de Pipilotti Rist. La experiencia adquirida en la visita de una de sus obras –porque algunas casi son habitables no ya por las dimensiones como por la disposición que ofrecen a penetrar en ellas– es algo irrenunciable. No se puede traducir la experiencia, dada la cantidad y complejidad de elementos que intervienen en ella. No obstante nos prestamos a relatar la nuestra, por si sirve de algo.

Administrating Eternity, inatalación de audio y video de Pipilotti Rist. Foto: Ars Operandi
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Al comienzo de su carrera realizó una larga serie de vídeos monocanal que pasado el tiempo, cuando a finales de los 90 su obra era solicitada por centros de arte, museos y galerías privadas de todo el mundo, pasaron a formar parte de ese inmenso caudal de imágenes en movimiento (pinturas animadas) que constituye el banco icónico de sus instalaciones. Este es el motivo de que se hable de su obra como de un artefacto que se retroalimenta, pues es evidente que algunas de las imágenes y secuencias que vimos en sus cintas monocanal volvamos a reconocerlas en las instalaciones actuales. Otra seña de identidad es su lenguaje, muy próximo al de los medios de comunicación de masas –la televisión y la publicidad (videoclips)– de los que se sirve para evidenciar lo que ocultan: una determinada concepción de la realidad que distorsiona y pretende sustituir la experiencia directa de la vida por sucedáneos, falsas expectativas, prejuicios, promesas e ideas preconcebidas. Sin llegar a ser del todo autobiográfico, el trabajo de Pipilotti Rist debe mucho a sus propias experiencias vitales como a su memoria, pero no se trata de vertebrar un universo particular mediante una especie de cuaderno de viaje, como si de un diario se tratase.

Massachusetts Chandelier, instalación con ropa usada de Pippilotti Rist. Foto: Ars Operandi
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Aun a sabiendas de que es ella misma la que aparece en sus vídeos –lo que otorga una plusvalía autobiográfica indudable– no hay intención de transmitir sentimientos ni de describir maneras de enfrentarse a situaciones, pues las obras aunque sean reflejos (background) de las vivencias e intereses de su autora no reflejan en ningún momento el perfil de una descripción determinada ni mucho menos la narración de un suceso. Y no lo es porque la obra de Rist es todo menos descriptiva y aunque se considera muy narrativa no lo es en el sentido que comúnmente tiene el término. Quien haya leído al japonés Murakami entenderá a qué me refiero. Los temas de sus obras no se viven (leen, experimentan, asimilan) como sucesos aislados y anclados en el pasado sino que –por mucho que estén trufados de elementos fantásticos e imposibles– nos remiten al presente inmediato, esos instantes que discurren entre antes y después de ahora. Y como ocurre con las novelas de Murakami (perdón por volver a utilizar el símil) la acción está muy ligada al deseo y al cuerpo, a las formas que flotan en un espacio y/o que fluyen en un ambiente.

Lobe of The Lung, instalación de audio y video. Foto: Ars Operandi
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Una de las críticas habituales a la obra de Rist es su aparente sencillez, la superficialidad, belleza, simpatía y afabilidad de sus propuestas, lo cual es cierto pero también lo es que destila buenas vibraciones, que no hace leña del desaliento y la desidia y que trabaja por presentar otra realidad desde la que vislumbrar las posibilidades de rescatar la vida de la rutina. Y en dicho empeño pone grandes dosis de imaginación, en muchos casos procedente del mundo de la fantasía y de los sueños pero también de la subversión, distorsión y libre interpretación de los elementos que conforman nuestra existencia. No es de extrañar que gran parte del atrezzo que nos acompaña a diario esté presente en sus instalaciones, pero lo que es seguro es el desplazamiento que se habrá operado en su funcionalidad y comportamiento. Además de estos elementos de la cotidianidad descontextualizados –en muchos casos proyectados sobre las paredes de las salas de exposición o tapizándolas como una segunda piel– también son frecuentes los cambios de escala, la acidez saturada del cromatismo que llega a otorgar otra condición a las figuras que habitan sus narraciones –aquí tendríamos que acudir a la psicodelia y el pop– y... la música, siempre presente en sus obras, pues no podemos olvidar que la artista formó parte de una banda femenina, Les Reines Prochaines, y que aún le otorga un papel importante en su trabajo.

Your Space Capsule, maqueta con proyección de video. Foto: Ars Operandi
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Como anticipio a lo que nos depara la visita, la Hayward Gallery ofrece gratis el visionado de algunas piezas monocanal y la videoinstalación Ever is over all (1997), en su Project Space. Vista en España en la exposición del Reina Sofía y adquirida por el MOMA de Nueva York, se trata de una doble proyección en paredes contiguas sobre las que se despliega el paseo de una mujer por una calle blandiendo el tallo espigado de una flor-fruto exótico, con el que arremete contra los automóviles aparcados en la calzada, como si de un acto desinhibido de expresión afectiva se tratase. Nadie objeta nada a la conducta, al contrario, los paseantes celebran la acción como algo natural y positivo. La inversión de la norma, la ruptura y la trasgresión revestidas de belleza y sensualidad nos previenen de lo que nos aguarda más abajo. Mucho nos tememos que no será sólo un masaje visual lo urdido por Pipilotti Rist sino que gracias a ello logre penetrar hasta el fondo. Lo primero que nos atrapa al entrar en las salas de la Hayward Gallery es la semipenumbra que contrasta con la luz que nos precede en el vestíbulo, después el ambiente sosegado y la música leve y las imágenes que danzan sobre las paredes y se fijan en la escalera de acceso a otro nivel.
 
Ocupando la sala principal de la Hayward,  Suburb Brain. Foto: Ars Operandi
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Es el dominio de Suburb brain (1999-2011), un conjunto de piezas que incluye la proyección solapada sobre un vasto paramento cubierto de enseres domésticos de procedencia diversa (abundan los embalajes y la ropa interior) y una maqueta de una vivienda de la periferia en un amplio espacio de parcelación y en cuyo extremo se simula un horizonte que a su vez cobija narraciones de difícil aprehensión. Es la antesala a un conjunto de una veintena de obras –desde mediados los ochenta a la actualidad– que recuperan piezas emblemáticas como Lóbulo pulmonar (2009), versión artística del filme Pepperminta y que utiliza tres gigantescas pantallas adyacentes ante las que el público puede tumbarse cómodamente y quedar atrapado entre el flujo de imágenes que le envuelve. Pero también hay otras obras más modestas en cuanto a dimensiones y no por ello menos atractivas, como The Litlle Circle (1993), con la infancia como virus necesario; o la inquietante maqueta de una habitación invadida por la luna, en Your Space-Capsule (2006); o los micro-relatos –Yoghurt on Skin-Velvet on TV (2009)- que se desarrollan en el fondo de objetos cotidianos como bolsos, accesorios de cocina, ropa interior o conchas marinas. Y todo ello enhebrado por luces transeúntes, cortinajes y la intuición de que la experiencia será inolvidable.

Pipilotti Rist. Eyeball Masage
Hayward Gallery. Southbank Centre, London
Hasta del 8 de enero de 2012 

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Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Enhorabuena a Ángel Luís por el texto de Pipilotti Rist y Gerhard Richter.

Manolo Garcés