Ishraq, los colores del alma

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TRIBUNA ABIERTA

por Hashim Cabrera

Hashim Cabrera, S/T (Los colores del alma), 2008

Tras una reflexión de más veinte años sobre el problema de la forma que me ha facilitado una mejor comprensión de las relaciones que existen entre la naturaleza y la cultura, entre espacio y objeto, o entre el ser humano y sus visiones del mundo, me encontré, a comienzos de este siglo y casi sin pretenderlo, profundamente inmerso en el universo del color, consciente de que casi todas mis indagaciones anteriores habían estado eludiendo uno de los ámbitos fundamentales de las artes visuales y de mi propia visión. Sentí entonces una clara necesidad de compensar este olvido y meditar, de una manera integral, en ese mundo tan escurridizo y tan humano, en ese ámbito fenoménico tan refractario a la conceptualización. Encontré una seria dificultad inicial en el hecho de que los marcos interpretativos unitarios y sintéticos no han sido muy del gusto del pensamiento moderno más tardío, que nos ha abocado, sobre todo durante la segunda mitad del siglo pasado, a una actitud exclusivamente analítica y deconstructiva. Por esta razón, mi necesidad de abordar el fenómeno cromático desde una posición unitaria y global se topó de lleno con esta limitación del pensamiento posmoderno, un marco interpretativo que, por un lado, me ofrecía los diversos segmentos que habían sido objeto de un análisis exhaustivo: la física de la luz, los principios fisiológicos y psicológicos de la percepción visual, la semiótica, la simbología, etc, pero que no me permitía encarar el fenómeno en su conjunto, de una manera unitaria y holística.

Así me encontré con grandes problemas a la hora de concebir y proponer un marco que me permitiese tanto abordar las posibles correspondencias como explicar las discordancias que aparecen entre las diferentes lecturas —física, fisiológica, psicológica, perceptual y semiótica— que abordan el fenómeno cromático. Contaba, eso sí, con unos antecedentes que me merecían bastante credibilidad y, aún siendo plenamente consciente del carácter subjetivo de ciertas investigaciones sobre el color como fenómeno unitario —Goethe, Kandinsky, Gerstner, Albers o Klee— fueron precisamente esas reflexiones las que me animaron, en última instancia, a emprender esta apasionante indagación. 

Pero, seguramente, el impulso definitivo que me abocó a iniciar esta compleja investigación vino de la lectura de los textos del filósofo francés Henry Corbin, los cuales me facilitaron la comprensión de los mecanismos que hacen posible una experiencia y una conciencia holísticas del color. Su descripción pormenorizada del mundo imaginal y, sobre todo, sus investigaciones acerca de las experiencias visionarias de los místicos musulmanes de la escuela del Ishraq, fundadas en una metafísica de la luz y productoras de una sorprendente fenomenología del color, me aportaron tanto un modelo hermenéutico como algunos de los materiales más importantes que conforman esta experiencia y este ensayo. Con estos antecedentes y con la conciencia de los problemas que comporta he tratado de colmar mi necesidad de hallar un ámbito hermenéutico que me permitiese abordar el fenómeno cromático desde un punto de vista holístico, unitario e integrador, de construir una herramienta interpretativa que me ayudase a vincular los diversos segmentos analíticos a que este fenómeno ha sido reducido en nuestro tiempo de manera que, por un lado, pudiera hallar sentido a algunas de las discordancias y, por otro, me facilitase el hallazgo de vínculos y correspondencias. Seguramente todo ello para poder llevar a cabo una lectura viva y contemporánea del color como fenómeno unitario específico, como un ámbito integral e integrador de mi propia experiencia. 

Ishraq, los colores del alma, es una indagación que parte de la problemática contemporánea sobre el color, heredera de las conclusiones que algunas de las vanguardias del siglo XX nos han legado, fruto también tanto de la eclosión de las nuevas tecnologías y de los nuevos paradigmas científicos como de la gnoseología tradicional. Inicié mi recorrido desde una problemática que es tributaria no sólo de las discordancias entre las distintas escuelas y tradiciones filosóficas sino, sobre todo, de las diferentes disciplinas y ámbitos que la han abordado desde una concepción analítica, reduccionista, mecanicista y predominantemente deconstructiva, un paradigma que, como ahora comprobamos, va quedando atrás a medida que emergen nuevas concepciones del mundo, cuando la ciencia nos habla de interdisciplinariedad, holismo, fractalidad, campo unificado e interconexión. Hoy ya podemos comprender sin demasiada dificultad que la exagerada tarea analítica haya propiciado que nuestros significantes visuales, básicamente formas y colores, aparezcan hoy enumerados y clasificados, explicados y alegorizados hasta la extenuación, con poca vitalidad semántica, con una clara merma de su capacidad expresiva, como consecuencia de un largo proceso de consenso y aggiornamento político-cultural y, más recientemente, de su mercantilización y banalización a través de la publicidad. Por otra parte, aunque la semiótica pueda proveernos de un marco adecuado para iniciar una investigación sobre el color como signo, como soporte lingüístico, sólo en un contexto holístico la semiótica podrá devenir en una hermenéutica que reúna, vinculándolas, las ideas y recuerdos del color, sus arquetipos y descriptores, sus propiedades físicas, nuestra percepción sensorial y la experiencia emocional. Este contexto sólo puede ser vivido por nosotros, humanos al fin y al cabo, en el terreno fronterizo del universo imaginal, en el mundo subjetivo del yo, en el ámbito unitivo del alma. Así, hoy nos encontramos con el hecho de que ni siquiera disponemos de un criterio o consenso para establecer una terminología unitaria del color y que, por el contrario, hallamos divergencias, contradicciones y discordancias. Por esta falta de criterio unificado, la teoría del color y la comprensión del fenómeno han hallado siempre el gran problema de cerrar el círculo cromático, de explicar satisfactoriamente la filogénesis de la serie completa de los colores.

Ya Goethe había intuido esta problemática en su crítica a la Física de Newton, cuando en su Farbenlehre apuntaba hacia las zonas invisibles del espectro, hacia una metafísica de la luz y una fenomenología del color que incluía ámbitos tan inéditos o desconocidos entonces como la dimensión fisiológica o el fosfenismo. El sabio alemán nos aclara que los colores que percibimos ocularmente no son algo extraño al órgano de la visión, sino que éste está en disposición “para producir por sí mismo colores…” Goethe buscaba la fuente del color, como la buscaron Van Gogh y tantos otros visionarios y artistas. Siguiendo ese rastro anhelante, durante la segunda mitad del pasado siglo, Henry Corbin profundizó en algunas experiencias visionarias históricas, tanto en el ámbito del pensamiento y la espiritualidad occidentales como orientales, desvelando algunas interesantes correspondencias y aspectos inéditos que sugieren una honda sabiduría transcultural a partir de la experiencia de la luz y el color. A través de la obra investigadora de Corbin podemos saber, por ejemplo, que la Metafísica de la Luz de Sohravardi y las experiencias visionarias de los místicos de la escuela iraní del Ishraq, habían explorado profundamente los sutiles y delicados terrenos de la fisiología luminosa y las relaciones que existen entre la experiencia sensorial del color y los estados emocionales y espirituales.

Estos filósofos orientales llevaron a cabo una ingente tarea hermenéutica a través de sus experiencias visionarias casi desde los albores de la Edad Media, experiencias que nos remiten a esos otros ‘colores fisiológicos’ que, más tarde, describiría Goethe en su Farbenlehre y que también prefiguran el trabajo experimental que, con los fosfenos o impresiones visuales cerebrales, ha llevado a cabo, a fines del pasado siglo, el doctor Francis Lefebure. La dimensión fisiológico-cerebral de estas experiencias aparece también en las investigaciones neurológicas más contemporáneas sobre el fenómeno de la sinestesia.

Por otro lado, las nuevas tecnologías nos proveen hoy de herramientas inéditas. La posibilidad de trabajar con tecnología digital y láser nos permite abordar la labor hermenéutica del color experimentando con sus fuentes primarias, basándonos en una experiencia directa de las luces coloreadas. Sorprenden las coincidencias, en gran cantidad de casos particulares, entre las descripciones visionarias de estas escuelas místicas orientales y algunas de las proposiciones del paradigma científico más contemporáneo. Estas coincidencias son de una elocuencia y eficacia sorprendentes a la hora de revelarnos correspondencias entre los distintos aspectos y ámbitos que forman el universo cromático, o de abrir cauces para una comprensión satisfactoria de las discordancias. Sirviéndonos de estas nuevas tecnologías podemos trabajar cerca de las fuentes primarias del color, luces coloreadas y no materia o pigmento propiamente dichos, experimentar la manifestación inicial del fenómeno cromático, las primeras huellas significativas del acontecer luminoso. Siguiendo el itinerario de los ishraquiyún, las aportaciones de Goethe, ciertas propuestas de las vanguardias del siglo XX y algunas proposiciones genéricas de la ciencia y el pensamiento contemporáneos, los diversos segmentos del fenómeno cromático parecen encontrar nuevos vínculos y correspondencias. Aparecen entonces nuevas concepciones del color, nuevas relaciones sintácticas y semánticas y, por tanto, también nuevas percepciones que nos acercan a una comprensión holística del fenómeno. Al trabajar cerca de las fuentes cromáticas se alcanza esa dimensión misteriosa de la obra de arte que la torna metáfora donada, expresión teofánica que nos trasciende y aniquila, expandiendo nuestra conciencia, remitiéndonos a la tarea de leer e interpretar el fenómeno cromático en su integralidad, ayudándonos a conciliar la riqueza y complejidad de sus manifestaciones con su vacío y precariedad esenciales. Tal vez este ensayo y esta indagación no sean sino un intento de superar el impasse que siempre nos señala e impone la historia horizontal y causal. Quizás también un pretexto para favorecer una meditación, además de sobre el color, sobre esa imaginación activa y creadora que, localizada en nuestro interior —en la “confluencia de los dos mares” según la tradición del Ishraq— nos dota de sentido y dona sus contenidos y conclusiones a la ciencia, al arte y al pensamiento, como acción necesaria y realizante de nuestra condición de seres humanos. Esta meditación nos acerca a una identidad humana reconciliada y unificada en el interior, en el mundo subjetivo del alma, una identidad que, en algunos momentos esplendorosos, se ha expresado con claridad en todas las lenguas, sociedades y culturas. Y, quizás sea también ¿por qué no? un intento más de enfatizar la dimensión holística y transcultural que tiene toda verdadera obra de arte.

Antes de comenzar nuestro itinerario creo necesario aclarar que el término alma es usado aquí como sinónimo del yo que atraviesa y experimenta distintos estados de conciencia. No debe ser confundido con el alma espiritual ni con el espíritu, en un sentido estricto, aunque este alma espiritual esté presente en ese yo que también se siente como cuerpo, como emoción o como intelecto. Con este ensayo a punto de ver la luz he tenido el placer de comprobar hasta qué punto las reflexiones de Corbin han comenzado a germinar en nuestro pensamiento a través de la lectura de un texto interesantísmo acerca del color en la tradición islámica, realizado por la doctora Ana Crespo, quien amablemente me lo ha enviado, y en el que se describe de forma minuciosa y extensa el sentido del color en la literatura y en las artes visuales del islam. He podido advertir la coincidencia de referencias y términos técnicos del sufismo —fundamentalmente las que provienen de Corbin— aunque el enfoque sea del todo distinto, ya que esta obra aborda los aspectos netamente espirituales del color, constituyendo una guía excelente para transitar el itinerario de la gnosis islámica, en tanto que el presente ensayo aborda una problemática más específica, la posibilidad de constituir una hermenéutica holística del fenómeno cromático, la cual, ha de implicar necesariamente, además de las dimensiones física, perceptiva, racional y emocional, la dimensión espiritual. Paralelamente a toda esta experiencia de investigación y a la redacción de este ensayo sobre el color, he ido elaborando una serie de obras en diferente soporte: pintura, fotografía, instalación láser, que son expresiones plástico-visuales de todo el proceso. Una parte importante de esta producción fue ya expuesta en Córdoba, en febrero de 2008, bajo el título Los colores del alma, en la Galería arte21. Con tal motivo edité un catálogo que incluye, además de las reproducciones de las obras, una larga entrevista sobre el color con el poeta y escritor Michel Hubert, algunas de cuyas ideas han llegado a enhebrarse en la urdimbre de la presente reflexión. Finalmente, no quiero cerrar esta introducción sin agradecer a mi amigo el doctor Ibrahim Albert su aportación al desarrollo de esta indagación, en forma de notas y reflexiones filológicas de los términos árabes concernientes a los colores que aparecen en el Qur’án y que, amable y desinteresadamente, me ha enviado durante la elaboración de este ensayo.


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