6 Exposiciones en Madrid 6

por A. L. Pérez Villén

Doug Aitken en Helga de Alvear
Coincidiendo con ARCO las galerías madrileñas hacen un esfuerzo suplementario y programan exposiciones de primera línea. No es que el resto del año desatiendan el negocio pero se nota que cuando llega febrero exhiben lo mejor de cada casa. Es lo que ha ocurrido de nuevo este año. En cartel y sólo haciendo una selección rápida y nada rigurosa tenemos la apuesta de Soledad Lorenzo por la pintura del alemán Philipp Fröhlich, que muestra por tercera vez sus trabajos recientes en la galería; la transición de la pintura a la escultura de la mano de la norteamericana Jessica Stockholder, en Max Estrella; la escultura de Blanca Muñoz –también con la querencia por resituarse en el ámbito espacial de la pintura– en Marlborough; amén de una triple oferta de video/instalaciones cuyos autores –el californiano Doug Aitken en Helga de Alvear, la española Cristina Lucas en Juana de Aizpuru y la finesa Eija-Liisa Athila en La Fábrica– concurren en otorgar el protagonismo de la trama narrativa a personajes femeninos. Una casualidad sin mayor importancia pero que concede al público la posibilidad de sopesar afinidades en cuanto a construcción de la identidad se refiere, habida cuenta del diferente contexto cultural del que parten en origen. 

Philipp Fröhlich en Soledad Lorenzo
Llama la atención la pintura de Philipp Fröhlich, no pasa desapercibida porque da la impresión de ser el resultado de un ejercicio de extrañeza. Me explico: la iluminación de las escenas, que suelen ser exteriores de una urbanización cualquiera o procedente del interior de un centro comercial –lugares semipúblicos– indican una cierta perversión de la realidad, como si ésta estuviese sometida a una mirada capaz de traspasarla y que ha provocado esa saturación cromática característica de su pintura. Pero la extrañeza aumenta al saber que su autor crea primero la maqueta y después la representa en pintura, lo que añade una vuelta de tuerca al proceso y confiere a la obra ese aura de misterio y acechanza que tanto nos perturba. Se podría citar aquí a su compatriota Neo Rauch pero no sería buena referencia porque a diferencia de éste, Fröhlich no provoca estupor por quienes habitan su obra sino por la cotidianidad que envuelve el apremiante indicio de que algo va suceder de un momento a otro. Pintura asombrosa y delicada en extremo, exótica y sofisticada por más que lo representado sea de una rotunda banalidad. Quizá sea ese el motivo de la desazón, pues nada es lo que parece y todo está dispuesto para sorprendernos. 

Blanca Muñoz en Marlborough
No deja de asombrar la capacidad de la madrileña Blanca Muñoz para evidenciar las cualidades de su obra sin renunciar a mostrar las heridas con las que se hace fuerte. Su individual reciente en Marlborough es buena prueba de ello. Quien haya seguido el curso de su obra durante los últimos años podrá compartir opinión al respecto pero lo que resulta indiscutible es su condición fronteriza. Una escultura que aunque no rechaza el plano horizontal sobre el que reposar las formas prefiere el vertical sobre el que reptar raptando el lugar original de la pintura. Frecuente de la obra gráfica es desde hace una década cuando decide abrirse camino en la escultura y lo hace espejeando la mirada sobre el espacio cósmico que busca cobijo y reflejo entre nosotros. Los títulos de sus obras aluden por lo tanto a estrellas y otros astros celestes si bien es el dibujo de la forma en el espacio y su permeabilidad orgánica quienes organizan todo el trabajo. Formas que son líneas que son organismos en flor, conjuntos de formas que se enhebran y parapetan entre el azul ultramar y la fría piel del acero inoxidable. Figuras estelares que despliegan arteramente el oficio de la seducción. 

Doug Aitken en Helga de Alvear
Aunque hemos tenido ocasión de poder ver trabajos suyos en muestras colectivas esta es la primera vez que Doug Aitken (1968) exhibe su obra en una galería española. Lo hace Helga de Alvear con la videoinstalación Black mirror, consistente en un set en cuyo interior cubierto de espejos negros se reduplican imágenes que nos hablan de la condición migrante –diríamos en suspenso– del sujeto actual. La globalización, el viaje, la tecnología y el constante cambio aseguran una experiencia vital que tiene mucho de naturaleza muerta. Cualquiera puede verse reflejado en el papel que interpreta la mujer protagonista de la pieza, en perpetua mudanza y sin posibilidad no sólo de echar raíces sino de comunicarse con el entorno debido a la velocidad y el ritmo de cada mutación. La travesía del desierto que la protagonista se ve obligada a realizar –con todas las ventajas y secuelas de la vida moderna– nos recuerda la que efectúa Harry Dean Stanton en París-Texas, que es la misma que cada cual debe realizar en ocasiones –si la causa es similar a la planteada por la cinta de David Lynch– o todos los días, si se trata de un romántico empedernido que no puede prescindir de la melancolía segregada por vivir entre el bruno azogue de los no-lugares. Y además engancha. 

Jessica Stockholder en Max Estrella

No es la primera vez que Jessica Stockholder (1959) expone en España pero sí la primera que lo hace en una galería madrileña, por eso las piezas que muestra en Max Estrella tienen esa dimensión doméstica y además son la causa del surtido de lamentos por no tener lo que hay que tener para ser coleccionista y poder llevarse a casa una de sus obras. Heredera de la tradición americana del campo expandido de la pintura (hacia la escultura) y por lo tanto afín a autores tan como dispares como Frank Stella y Robert Rauschenberg, su trabajo se define por un mestizaje blindado de lo mejor de sendas disciplinas; de la pintura la plasticidad de los materiales y el colorido exultante, el gesto y la frescura a la hora de componer; de la escultura el dominio de las tres dimensiones y su arrojo constructivo –casi de collage, de objet trouvè– que le permiten ensamblar elementos tan dispares. El resultado es un conjunto de felices encuentros fortuitos –a la manera del catalán Pazos– carentes de perspectivas semánticas pero henchidos, como nubes, por la pasión momentánea de haberse conocido. 

Cristina Lucas en Juana de Aizpuru
Un nuevo conjunto de obras de la andaluza Cristina Lucas (Jaén, 1972) se muestran en la Galería Juana de Aizpuru. Autora de la inolvidable Alicia de Córdoba –que formó parte de las intervenciones del proyecto El patio de mi casa, celebrado por aquí hace un par de años– muestra en Madrid una serie de fotografías y un vídeo fascinante. El planteamiento es común a los dos soportes, si bien el vídeo desarrolla lo que se presenta en las primeras: el momento en que un desnudo (femenino o masculino) interrumpe la paz establecida de un museo. Delinquere hace referencia a eso, a las convenciones al uso y a las normas y leyes que regulan la convivencia, de manera que cuando un individuo decide alejarse de estas normas se le considera delincuente. Un desnudo representado en un lienzo o una fotografía y expuesto en un museo es algo usual, un desnudo real en las salas del mismo edificio es entendido como una trasgresión de dichas normas. El vídeo, de una plasticidad y concisión estremecedoras, relata con una rigurosa dramaturgia el proceso que sigue una mujer que decide voluntariamente apartarse del camino normativo de la ley para rendirse a la vida en la naturaleza. 

 Eija-Liisa Athila en La Fábrica
Los trabajos de Eija-Liisa Athila (1959) comienzan a ser cada vez más frecuentes en la escena española, lo cual siempre es de agradecer aunque se trate de piezas de hace unos años como sucede con The hour of prayer (2005). La suya es una obra vertebrada en torno a los dispositivos de mediación de la imagen –fotografía y vídeo– en el empeño de relatar “dramas humanos”, como los denomina su autora. La dificultad de la comunicación, el dolor, el sexo, la angustia de la muerte, el aprendizaje de la percepción y los fantasmas de la mente suelen ser elementos comunes en casi todas sus propuestas. En La hora de la oración se trata de abordar desde paisajes diferentes –el calmo norte que ansía la explosión de la vida y el caótico sur que ritualiza el pulso de la vida– la soledad de quien pierde al compañero de viaje, en este caso un perro afectado por una enfermedad mortal. Una mujer es la encargada de asumir la representación del drama y lo hace sin renunciar a evidenciar los recursos de la narración, la tramoya que se exhibe sin pudor mientras relata y canta sus pesares. Una obra con el sello característico de la finesa –a mitad de camino entre el cine documental y el cine fantástico– que vuelve a conmovernos sin preguntarnos ya acerca de la disciplina en la que encajar este tipo de propuestas. 

Philipp Fröhlich. Remote Viewing. Galería Soledad Lorenzo. Clausura: 1 de marzo 
Blanca Muñoz. Superficial. Galería Marlborough. Clausura: 10 de marzo 
Doug Aitken. Black Mirror. Galería Helga de Alvear. Clausura: 10 de marzo 
Jessica Stockholder. Clouds. Galería Max Estrella. Clausura: 17 de marzo 
Cristina Lucas. Delinquere. Galería Juana de Aizpuru. Clausura: 25 de marzo 
Eija-Liisa Athila. The Hour of Prayer. Galería La Fábrica. Clausura: 31 de marzo

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Comentarios

Fernando M. Romero ha dicho que…
Gracias, Ángel Luis por continuar ensanchando esta ventana cordobesa al arte contemporáneo. Ahora es más necesario que nunca ese aire fresco, ese intercambio de información y esa puesta en valor de la cultura y el arte. Es un placer contar con tus reseñas y constatar que el interés por el arte no entiende de crisis. Un fuerte abrazo!!!
Anónimo ha dicho que…
Gracias Fernando. Suerte en Berlin, qué envidia. Cuéntanos de vez en cuando. Un abrazo.
A.L.P.V.
Jacinto Lara ha dicho que…
Seguimos caminando D. Angel... un abrazo.
srfimia ha dicho que…
¡Que gustassso abrir el correo y encontrarme con estos aciertos! Gracias por abrir ventanas como han comentado más arriba.