Chagall y las vanguardias


Gólgota, 1912. Calvary, obra de Marc Chagall

A. L. Pérez Villén/ Ars Operandi

Dividida entre dos sedes -en el Museo Thyssen y la Fundación Caja Madrid- la muestra antológica de Marc Chagall es reclamo suficiente para regalarse un viaje a Madrid. Más de 150 obras procedentes de colecciones e instituciones públicas y privadas de todo el mundo ha logrado reunir su comisario, Jean-Louis Prat, que ha contado con préstamos del MoMA y el Guggenheim de Nueva York, la Kunsthaus de Zürich, el Kunstmuseum de Berna, el Stedelijk Museum de Amsterdam, el Tel Aviv Museum of Art, la Tate Modern de Londres, el Centre Pompidou de París… y todo ello para mostrar la primera retrospectiva del artista ruso en nuestro país. Un artista en extremo singular y que es clave para entender el devenir del arte en la centuria pasada. Un artista que parte de su Vitebsk natal a la conquista de París y que comienza a adquirir de manera casi inmediata un éxito espontáneo, lo que unido a su empatía personal le hicieron habitual de quienes habían de ser protagonistas de la creación artística durante la primera mitad del siglo XX: Léger, Modigliani, Soutine, Picasso y los poetas André Salmon, Max Jacob, Blaise Cendrars y Guillaume Apollinaire entre otros. 

Después de su desembarco en París vuelve a Rusia, se casa y le sorprende la 1ª Guerra Mundial, permanece durante la revolución bolchevique pero finalmente regresa a Francia a comienzos de los años veinte, donde seguirá viviendo el resto de sus días, a excepción de una estancia de varios años en Estados Unidos motivada por el peligro que para un judío representaba permanecer en suelo francés durante la ocupación nazi. Tan dilatada existencia (1887-1985) ha dado lugar a un generoso cuerpo de obra, compuesto de dibujos, pinturas, obra gráfica, cerámica y escultura, así como otro tipo de piezas vinculadas al teatro y la ópera: frescos, vestuario, decorados... Un cuerpo de obra que conserva la huella inconfundible de su autor, la delicada filigrana de un diseño tan moroso como pródigo, el esplendor rutilante de un cromatismo sensual y lírico, la apoteosis de un espíritu creativo que se permitía todo tipo de licencias compositivas y formales. Y una trama discursiva que aún en los momentos más trágicos destila esperanza y afecto. 

 Si por la razón que fuese sólo tuviésemos acceso a la obra última de Chagall –la que se enseñorea a partir de finales de los sesenta– podría decirse que se trata de la pintura de alguien que permanece ligado a la estética desvaída de las vanguardias del siglo XX, la obra de un anacronista que realiza su trabajo más allá del bien y del mal, alguien voluntariamente apartado del curso del arte contemporáneo. Si esta es la percepción que se desprende del último Chagall, la impresión que causa su obra precedente es la opuesta. Una obra imbuida del espíritu de las vanguardias de comienzos del XX. Por esta razón recomendaría al que vaya a visitar las exposiciones comenzar por la de la Casa de las Alhajas, que es la del artista en plena madurez, la que contiene su obra última, para de esta manera hacer el recorrido hacia atrás y terminar con el Chagall originario y más apremiante, que es el que se muestra en el Museo Thyssen. 

Los amantes en el poste, lienzo de Marc Chagall
Hay algo en la configuración de su pintura que está ahí casi desde el principio. Y no es tanto concebir la representación como una ventana abierta al mundo sino como un tapiz en el que tejer diferentes capas y dejarlas superpuestas para que afloren desde el fondo las formas refulgentes de las cosas menudas, los detalles más insignificantes de la decoración, las luces incombustibles del cromatismo autónomo (ese que no debe simular verosimilitud alguna para saberse imprescindible). Licencias que también hallamos en Kandinsky, incluso en Matisse, en Gorky más tarde. Es la obra de Chagall un compendio de las pinturas de las vanguardias. Apenas unos años después de que aparezca en escena el cubismo -de la mano de Picasso y Braque- la tendencia es asimilada y reconvertida a su peculiar lenguaje en obras como Las tres y media (el poeta), (1911). Pero también está el fauvismo y el expresionismo en A Rusia, a los asnos y a los demás, (1911); incluso el orfismo y un preludio del surrealismo mediante la pervivencia de las sagas y las narraciones tradicionales rusas en Gólgota, (1912). Y todos los ismos reunidos en piezas emblemáticas como El soldado bebe, (1911-1912) que antecede las figuraciones expresionistas de Grosz. Los paisajes nimbados de la atmósfera aterciopelada y el colorido encendido de quienes pintan bajo la advocación del grupo El Jinete Azul, los hallamos en obras como Maternidad (1913), donde también resuenan los ecos del simbolismo de Odilon Redon. Obras en las que nos evoca la figuración atormentada de Van Gogh, como sucede en Montchauvet (1925).

Y de inmediato se nos presenta esa cohorte de animales mágicos, gallos, ranas y pavos (ilustraciones de las fábulas de La Fontaine) pero también y después todo tipo de aves, caballos y cabras, todos ellos metamorfoseados y con cualidades fantásticas que les permiten volar, comunicarse e incluso confundirse con las personas que se relacionan. De ahí que ya a finales de los años veinte a nadie extrañe la fantasiosa figuración de su pintura, los atributos de sus personajes que les capacita para permanecer suspendidos en el aire, a veces cabeza abajo o torneando su cuerpo como una cuerda, lo que le brinda al artista la posibilidad de presentar partes de su cuerpo que no están en el mismo plano. Un recurso que ya estaba en el cubismo pero que Chagall incorpora con absoluta naturalidad a su pintura y que le faculta para mostrarnos a sus figuras desde distintos planos. Por ello no es inusual que muchos de sus personajes posean pecho y nalgas, dos cabezas o que tañan un instrumento en una posición imposible. 

 Es la pervivencia de lo mágico, de lo sobrenatural en la pintura de Chagall, es la sangre que nutre a sus amantes, lo que les mantiene unidos en una sugerente unión física y en permanente estado de alerta emocional. Nunca son amantes indolentes que se dejan llevar, muy al contrario siempre están entregados a un frenesí de sentimientos en el que también tienen cabida la nostalgia y la melancolía. Pero no todo son buenas vibraciones en la pintura de Chagall, también encontramos dramatismo y dolor: los desastres de la guerra, el daño tremendo que desencadena la pérdida y el obligado éxodo, abandonando el origen. 

Chagall
Museo Thyssen-Bornemisza y Casa de las Alhajas, Fundación Caja. Madrid
Clausura: 20 de mayo de 2012

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Comentarios

Gerardo ha dicho que…
Estuve viéndola en Madrid y me encantó. En la Thyssen recomendable alquilar la Audio-guia para desentrañar las claves del autor.
Mucha cola en la sede de Caja Madrid. Felicidades al autor de la crónica.
Vicente ha dicho que…
Aún no la he vide pero después de leer este artículo me han
entrado ganas de verla.
Vicente ha dicho que…
Aún no la he vide pero después de leer este artículo me han
entrado ganas de verla.