Morder la mano sin pesar. Hans Haacke en el Reina Sofía



A. L. Pérez Villén / Ars Operandi

Tengo una duda, ¿cuando el arte político entra en el museo se desactiva? Es una cuestión a la que vuelvo cada cierto tiempo y que ahora con la exposición del germano-estadounidense Hans Haacke en el Reina Sofía emerge de nuevo. Os pongo en antecedentes. Haacke es el tipo de artista incómodo para el sistema que se mete donde no lo llaman y que suele andar investigando y sacando a la luz información comprometedora de personas vinculadas con el mundo del arte. Información que se adapta al formato del archivo y que es susceptible de ser expuesta y considerada como obra de arte conceptual. Información sobre casos si no delictivos sí al menos inmorales, como sus célebres trabajos de finales de los 60 y primeros 70 en los que evidencia los negocios inmobiliarios de una persona relacionada con el arte contemporáneo en Manhattan. 

Por otra parte, Haacke es el artista al que han abortado más exposiciones en un museo antes de la inauguración. El motivo, nunca hecho público por la dirección, es que el artista mete el dedo en el ojo de algunos de los patronos del museo, exhibiendo sus trapos sucios o denunciando los intereses comerciales de la franquicia museística. Pues eso, que Haacke tiene en Madrid una excelente muestra que testimonia su celebridad y que yo vuelvo a preguntarme ¿queda el arte de Haacke inerme al ser expuesto en un museo? Para que la pregunta sea más explícita hay que aclarar que podría darse el caso, que se ha dado, de que algunos de los patrocinadores de las exposiciones del artista sean el blanco de la crítica de sus obras. Y cuesta creer que quien ofrece su dinero para hacer posible la exhibición de los trabajos de Haacke esté dispuesto como contrapartida a recibir la crítica y la denuncia del artista. Si esto es así  –no es ninguna novedad en el caso de Haacke y otros artistas que muerden la mano de quien sufraga la exposición–  hay que pensar que los patrocinadores son personas ejemplares en la labor del mecenazgo artístico, a quienes no importa cualquier tipo de intromisión en sus negocios con tal de favorecer la creación o bien que están lo suficientemente curtidos en el medio artístico como para saber que las acometidas de Haacke  –y otros artistas críticos (políticos)–  resultan inocuas para sus intereses comerciales y además les otorgan la plusvalía de la cultura. 


Aunque a la vista de las obras expuestas en Madrid ya no estoy tan seguro de lo anterior. Porque la guerra abierta con el fundador de los museos Ludwig –a la sazón industrial chocolatero alemán y mecenas, que revertía su filantropía en la consecución de negocios, la evasión de impuestos y la satrapía en la gestión de sus museos– o con la firma tabaquera Philip Morris –patrocinadora de exposiciones en museos estadounidenses–  cuyo único interés en el arte, según manifiesta el artista citando a uno de sus directivos, es su propio interés... no es precisamente algo que se olvide con facilidad. Como digo, la muestra madrileña, con un título tremendo, Castillos en el aire, no tiene desperdicio. No es nada inocua y se articula en dos capítulos, uno que se centra en una selección de instalaciones significativas y memorables –las que le hicieron célebre como artista vinculado al arte conceptual y la crítica institucional–  y un proyecto específico para la exposición, que mantiene el título de ésta y en el que el artista se luce. Recurriendo a la metodología del archivo, Haacke vuelve a sorprendernos con un despliegue de medios –documentación sobre escrituras de propiedad, hipotecas, concesiones urbanísticas, planos de construcción, fotografías, vídeos– que testimonian la existencia de una burbuja inmobiliaria en una zona de Madrid. 

Por si fuese insuficiente la documentación (artística) que el artista pone a nuestra disposición, resulta que el azar ha querido añadir no una nota sino una melodía surrealista al proyecto. Y es que la urbanización de esta zona de Vallecas está rotulada con vías que tienen por nombre el de artistas españoles y tendencias internacionales, como la Calle del Arte Pop, la Calle del Arte Minimalista, del Arte Hiperrealista, del Arte Conceptual... En fin, que se lo han servido en bandeja. Con su proverbial ironía, ha montado una selección de tendencias artísticas haciendo coincidir piezas del museo, rótulos explicativos que definen el estilo y documentación fotográfica de la vía así intitulada. ¡Ver para creer! Una ciudad fantasma (con un sesgo artístico indudable como lo atestigua la nomenclatura de sus vías), con edificios en medio de páramos, eso sí urbanizados pero despoblados, fruto de la especulación y el crecimiento sin control de los últimos años. No sé cual será vuestra opinión, la mía es que la obra de Haacke es tremendamente válida y necesaria, aunque siga planteándome dudas sobre su financiación, alcance o repercusión social, lo que no es razón suficiente para invalidarla. 


La pretensión del artista (y de su obra) queda satisfecha en el momento de su recepción, si su intención fuese otra  –encausar a los patrocinadores o las instituciones artísticas con las que éste colabora– habría utilizado medios distintos y más eficaces para conseguir dicho fin. Respecto a los museos que acogen sus trabajos, es de suponer que estén al tanto de los intereses del autor, que reconozcan que la autonomía del arte ya no se preserva entre sus muros y que admitiendo ser un eslabón más de la cadena entre creación, reflexión y comercio artístico apuesten por el rearme de su misión actualizando el compromiso ilustrado de cobijar en su seno la crítica institucional. No queda otra, bueno sí, también se puede seguir pensando que el arte se mantiene incólume a cualquier tipo de contaminación que no sea la puramente estética. Y marcharse al extremo opuesto tampoco es de recibo, no se trata de entronizar ni canonizar el arte crítico como prueba de que la contrición ha hecho efecto, que todos nos sentimos culpables de colaborar con un sistema (el capitalista) y un medio (el artístico) en los que todo está perdido. Algo así sería aceptar que si nos acercamos a autores como Balthus, Joel-Peter Witkin, David Hamilton, Hermann Nitsch o Chris Burden, estamos ponderando respectivamente la bondad de la misoginia, la perversión, la pederastia, la violencia sanguinaria o la demencia. Y tampoco es eso. 

Hans Haacke 
Castillos en el aire 
MNCARS, Madrid 
Hasta el 23 de julio

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