Fotografía cordobesa en Stand by_012


Pepe Espaliú, de la serie Fotografías de Barcelona
Redacción / Ars Operandi

Si hace unas semanas dábamos cuenta de la publicación de Stand by_012, la guía de fotografía andaluza que ha editado Sema D'Acosta, hoy centramos nuestro interés en conocer cuál ha sido la aportación de la fotografía cordobesa a este estudio historiográfico. En la primera parte de la obra D'Acosta repasa el devenir de la fotografía en Andalucía en los últimos cincuenta años y desgrana los hitos más significativos de su evolución. En la Córdoba de principios de los sesenta el estudio destaca las figuras de los reporteros gráficos Ladislao Rodríguez Benítez, Ladis, y Ricardo Rodríguez Sánchez, Ricardo, dos fotógrafos que para el autor son ejemplo del "carácter del momento" y que documentaron con sus cámaras "el día a día de la ciudad y sus avatares, en su gran mayoría definido por actos y visitas oficiales, escenas callejeras y eventos populares". A mediados de los setenta un joven Espaliú explora las posibilidades del medio mediante las serie Fotografías de Barcelona,  una colección de obras intervenidas algunas de ellas mediante hilo cosido o rotulador. De la misma época es su serie de fotografías Última cena, una puesta en escena que el artista cordobés realizó en su taller en la que "ya usaba su cuerpo como soporte, algo que se convertiría en motivo habitual de su obra futura".

Ya en los ochenta el país vive un despertar periodístico, "fruto sobre todo del alto interés informativo que demanda la sociedad de la época". Se inicia así, para Sema D'Acosta,  "un periodo de prosperidad para el fotoperiodismo que suscita la primera generación de reporteros gráficos de la democracia" en el que el autor destaca por su contrastada experiencia en la cobertura de conflictos internacionales al cordobés Gervasio Sánchez. 1981 es el año de la constitución de la asociación Afoco, una agrupación "muy activa que ha logrado mantenerse con vigor hasta nuestros días, siendo capaz después de más de treinta años no sólo de promover incontables actividades, sino de seguir estimulando el entorno de la ciudad". Destaca la guía el papel de relevancia que adquiere dentro de este colectivo  la figura del fotógrafo Juan Vacas, fallecido en 2007. La Posada del Potro, punto de referencia de la fotografía cordobesa de final de siglo, será "la que comience en 1986 a normalizar las exposiciones de fotografía en la ciudad, organizando muestras colectivas e individuales de nombres como Sebastiao Salgado o españoles como Manuel Falces, Eduardo Momeñe, Alberto Schommer, Miguel Oriola e Isabel Muñoz". La década de los 80 fue en España "un periodo muy fecundo en lo que se refiere a foros de debate, intercambio de experiencias y todo tipo de manifestaciones colectivas relacionadas con la fotografía" y cita como ejemplo entre otros a la Bienal de Fotografía de Córdoba dirigida por José Francisco Gálvez y Mezquita Foto, responsabilidad de Pedro Roso.

A principio de los noventa Rafael Agredano ejemplifica el proceder de artistas plásticos que "empiezan a recurrir como herramienta a la cámara para desarrollar sus ideas, especialmente aquellas que tienen un carácter conceptual o se derivan de la imagen".  En obras como L’esprit de l’escalier, Agredano rebasa la bidimensionalidad fotográfica al incorporar el soporte como parte de la obra. La serie representa para D'Acosta "una visión entre kitsch y folclórica de la muerte en Andalucía cuya mayor particularidad correspondía no con las imágenes de tumbas y cementerios que se mostraban, sino con el marco enrejado que las contenía, un recuadro de volutas a imitación de algunas ventanas del sur que llevaba al paroxismo la barroquización de la forma, que pasa a ser informacióntan válida, o incluso más, que el contenido fotográfico que manifiesta".

En estos años la fotografía empieza a hacerse un hueco en la programación de las galerías comerciales de nuestra comunidad. El artista Tete Álvarez comienza a trabajar por estas fechas con la galería Cavecanem, "la sala que establece una apuesta más clara y convencida por la fotografía en los 90". En los meandros inestables y ramificados que anegan la imagen fija, señala el autor de Stand by_012, "debemos considerar las circunstancias en las que la obra se vuelve imagen dinámica, entretejiendo a partir de una semántica compartida la instantaneidad con el movimiento. En muchos casos, aunque el medio usado es la videoproyección, el formato sigue conservando un marco de acción fotográfico, coyuntura que logra introducir el tiempo en un medio que históricamente le estaba vedado. En este sentido, "quizás sea el cordobés Tete Álvarez uno de los primeros que combina y entrecruza estos dos procedimientos en una presentación multicanal como Códigos de tiempos, mostrada en 1994 en la Filmoteca de Andalucía".

Llegados al siglo XXI  la fotografía alcanza para Sema D'Acosta "tal estatus de poder como medio visual absoluto, que en una cultura como la nuestra —volcada en la imagen, cada vez más gráfica y menos textual—, no sólo se permite suplantar a las antiguas Bellas Artes, sino que además las condiciona". Artistas cordobeses como el carpeño Miguel Ángel Moreno Carretero, utilizan la fotografía "desde un territorio propio que, sin ser estrictamente fotográfico, se mueve con libertad por esta demarcación expresiva que les resulta eficaz para exteriorizar ideas y materializar conceptos o intuiciones".

La difusión del lenguaje fotográfico ha sido una constante en Andalucía en las últimas décadas, destacando el autor la capacidad del medio para aglutinar a expertos, aficionados y público en general. En nuestra ciudad, señala D'Acosta "debemos distinguir y subrayar en este apartado la bienal de Córdoba, un modelo periódico que arrancó en el otoño de 1985 auspiciada por Afoco, una de las asociaciones fotográficas más afanosas del sur. Este evento, que en 2013 alcanzó su decimotercera edición, se ha celebrado de manera ininterrumpida desde entonces". Al citar las plataformas de apoyo y fomento de la fotografía en nuestra comunidad autónoma, "no podemos dejar de mencionar el Premio Internacional de Fotografía Contemporánea Pilar Citoler", auspiciado por varias instituciones cordobesas, que se ha convertido en sus seis ediciones en "uno de los galardones especializados más prestigiosos del panorama nacional".

Escena pastoral del sur galante VII, fotografía de Rafael Agredano
La guía se completa en su segunda parte con una serie de textos críticos elaborados por distintos autores —entre los que se encuentran los cordobeses Ángel Luis Pérez Villén y Oscar Fernández— que versan sobre los 86 fotógrafos más relevantes de los últimos cincuenta años. Ocho fotógrafos cordobeses de distintas generaciones se dan cita en Stand by_012. La fotografía de Rafael Agredano participa para Juan Francisco Rueda del "eclecticismo, nomadismo lingüístico y disolución de fronteras entre disciplinas que caracterizan toda su producción. Así, son continuos los cambios de registro en su obra fotográfica: desde lo documental, convenientemente intervenido mediante distintas fórmulas para diluir la ortodoxia y la pureza del género, hasta cierta escenificación, pasando por su uso como testigo de lo performativo". Para el crítico malagueño en la obra de Agredano  "fotografía y pintura —la otra disciplina capital en su quehacer—, además de esa “mudanza” estilística, comparten el uso de la palabra mediante distintos recursos, lo que, en relación con la imagen, le permite incluir ironía e intencionalidad crítica, aspectos consustanciales en su estrategia".

Cerro Trapero, fotografía de Tete Álvarez
Para Ángel Luis Pérez Villén, la obra de Tete Álvarez está inmersa en un "proceso autorreflexivo, propio de la década de los sesenta, que le lleva hasta el cuestionamiento de los límites del arte, su representación y explicitación, materialización y mercantilización, depurando progresivamente sus actuaciones hasta el estado previo en el que aún no se han objetivado". Sus fotografías, añade, "como también sucede con las instalaciones suele requerir una atención adicional, pues lo que en apariencia se nos muestra transparente y cabal, no deja de ser una operación de cuestionamiento. La discrepancia entre lo que creíamos ver y lo que realmente se representa mediante diversas estrategias —inversión y disociación entre significante y significado, aporía, alegoría, metáfora— afecta no sólo al sentido de cada pieza o serie, sino a la misma disciplina. Esta particular predilección por navegar en los límites de las imágenes es algo consustancial a los medios con los que opera: vídeo y fotografía. Álvarez disiente del tratamiento que reciben los temas con los que trabaja y los resetea en cada proyecto".

Natural Portrait, fotografía de Manolo Bautista
La obra de Manolo Bautista representa para Yolanda Spínola el compromiso con las nuevas tecnologías. El artista lucentino "se acerca a ellas utilizándolas como cualquier técnica tradicional. Partiendo de imágenes encontradas, pero siempre buscadas, y filtradas por la especial intención del artista, que tiende a plantear escenarios irónicos o imposibles, concibe escenarios que manipula hasta hilar paradojas que tamiza con un humor especialmente agudo". Bautista, afirma, "crea espacios discursivos, habitáculos sin sentido que parecen lógicos y creíbles. Nos somete a un momento histórico, a un aquí-y-ahora que pertenece a un imaginario colectivo de dudosa memoria. ¿Cómo nos hace sentir la foto? Como si de un fotoperiodista se tratara, nos induce a mirarla como un compendio de fuerzas en un reflejo de una realidad aparente que no ha de dejarnos indiferentes. ¿Recurso o discurso? He aquí la ambigüedad de una sinfonía escrita entre la descripción y el relato".

Nebula Humilis 003, fotografía de Lola Guerrera
Cordobesa de nacimiento aunque afincada en Málaga, Lola Guerrera "usa la fotografía para recrear situaciones e inventar escenas, mentiras artificiales que no carecen de cierto toque mágico". Para Juan Jesús Torres, este uso documental del medio condiciona "la percepción de un lugar que se transforma, por mediación de la intervención artística, en escenarios efímeros abiertos a la imaginación". Series como Nebula Humilis son el resultado de la intervención con humos de colores en canteras abandonadas del desierto mexicano, "un colorido ficticio del que no sabemos la escala ni la repercusión, un truco que captura la inmaterialidad de una nube para convertirla en una forma sugerente y abierta, que nos remite a la fuerza callada de los volcanes". En otros trabajos también recientes "la inocencia de lo que aún no ha sido envilecido, que campa en libertad por interiores capciosos, como los pájaros papirofléxicos que vuelan en Delights in my garden, fugaces invasores migratorios que son retratados para irremediablemente desaparecer, como polvo en el aire, como nubes arrastradas por el viento".

Mecanismos inconscientes del horizonte, fotografía de Miguel Ángel Moreno Carretero
Miguel Ángel Moreno Carretero desarrolla, según indica Susana Solis, "un trabajo multidisciplinar, combinando los géneros tradicionales y la instalación, mostrando un especial interés por las intervenciones, sobre todo paisajísticas, en los espacios públicos. El artista hace uso de la fotografía para documentar antes o después dichas acciones". Las imágenes del carpeño "están dotadas de un evidente componente narrativo que salpica de guiños irónicos e incluso humorísticos, un carácter que se completa con cierto sentido utópico". Sus fotografías, que Solis emparenta con la estética del pop, "se fijan en las llamativas contradicciones del medio tras la intervención artificiosa de la mano del hombre o las derivaciones que toman algunos objetos generados por la sociedad de consumo". Moreno Carretero, explica, "además de desarrollar su producción plástica, dirige también diversas actividades culturales, siendo la más significativa de todas el proyecto Scarpia en su pueblo natal, unas jornadas y encuentros de verano que organiza en El Carpio desde el año 2002. De este modo, el paisaje rural cordobés se convierte así en laboratorio de arte contemporáneo, punto de diálogo y escenario de inspiración para el trabajo artístico y la educación".

Castro del Río, fotografía de Manuel Muñoz
En la fotografía de Manuel Muñoz es posible rastrear, para Ángel Luis Pérez Villén, un ascendente claramente pictórico. Y no sólo porque su autor se dedicase antes a la pintura, afirma, "sino también porque sigue conservando una pauta de trabajo muy similar. Hablamos de proceso, de serie; es decir, de proyecto en el que las piezas encajan como elementos de un sistema y sin embargo conservan su entidad y autonomía significativas, incluso cierto aura de belleza. Y luego también está ese tono que en principio confundíamos con la reverberación del espíritu romántico, que facilitaba imágenes de naturaleza sin domesticar, terrenos vagos e improductivos y que después tornó a revestirse de la cultura de la ruina y los pliegues de la decadencia". Para el crítico cordobés la obra de Muñoz ha dado lugar a "una suerte de fotografía paisajística aunque en escena sólo aparezcan oficios y edificios, utillaje y mobiliario, amén de un repertorio de usos y costumbres arraigado en la memoria y por lo tanto oculto a la mirada. A medida que lo insinuado cobra peso, el registro descriptivo pierde protagonismo y la obra se presta a ser leída en clave narrativa, dando lugar a tantas historias como receptores".

Cuatro niñas miran desde el interior de una furgoneta destrozada. Sarajevo, 1994. Fotografía de Gervasio Sánchez
El fotoperiodista Gervasio Sánchez mantiene, según afirma María Arregui, un enérgico sentido del compromiso social en todos aquellos contextos en los que desarrolla su trabajo. Su carrera, explica, se ha centrado en "desvelar las consecuencias menos evidentes de los conflictos bélicos". Sus fotografías, caracterizadas para Arregui además de por su valor narrativo por una emotiva naturalidad, "ponen de relieve el drama de personas anónimas cuya identidad es rescatada en series como Vidas Minadas, donde da testimonio a las víctimas de explosiones de minas anti-persona, heridos a los que hace un seguimiento tanto de su tragedia como de su voluntad de vivir. El fotógrafo cordobés, Premio Nacional de Fotografía en 2009, muestra en sus trabajos "lo explícito del daño inmediato y lo implícito en escenas cotidianas de gente normal, en incluso feliz, que convive con la desgracia a diario. No se recrea en el dolor sino que abre la mirada hacia la realidad de vidas inmersas en el conflicto y abandono, mostrándolas en su plena dignidad, evidenciando la injusticia y denunciándola decididamente, buscando que el sobresalto de la conciencia gane el pulso a la compasión pasiva".

Solentiname. Isla Mancarrón, 1990, fotografía deRafael Trobat
Rafael Trobat se inicia en la fotografía a finales de los ochenta. Sus comienzos están ligados, como señala Eduardo D'Acosta, a la figura de Cristina García Rodero, de la que fue ayudante durante varios años. En 1990 comienza en Nicaragua "su proyecto más personal y ambicioso, un trabajo ininterrumpido que ilustra dos décadas de la vida cotidiana de este territorio centroamericano". Aquí, junto al agua es "una visión amplia y sincera —siempre desde lo cotidiano— de una nación peculiar marcada precisamente por su relación con el líquido elemento, su extraña geografía volcánica, su clima tropical y una personalidad difícil de describir que varía entre lo tierno y lo histriónico". Estas imágenes son un reflejo de la sociedad y el paisaje nicaragüense después de la revolución sandinista aunque como indica Eduardo D'Acosta, el fotógrafo cordobés no repara en temas de actualidad política sino que se centra en el día de las personas "dando especial protagonismo al ser humano". Y retoma las palabras de Alejandro Castellote, cuando afirmaba que la obra de Trobat “se inscribe en la estela de los grandes fotógrafos humanistas y se ha situado como una de las más honestas y vibrantes del documentalismo español; en sus fotografías se yuxtapone el rigor conceptual y formal que Koudelka hereda de Cartier-Bresson, la mirada crítica e inteligente que utiliza Robert Frank para diseccionar la sociedad norteamericana, o el retrato que realiza García Rodero del universo dual del ser humano, que fluye entre la tragedia y la celebración eufórica de la vida”

Sema D'Acosta 
Stand by _012
Edita
Fundación Valentín de Madariaga – MP
Sevilla, 2012

ISBN: 978-84-616-0619-1

232 págs.

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