La pintura como imagen tautológica

Folded_03. Impresión digital sobre papel de Fernando M. Romero. Foto: FMR
Sema D'Acosta

Indiscutiblemente, el campo de acción del trabajo de Fernando M. Romero (Córdoba, 1978) es la pintura, un territorio que ha sabido ampliar primero desbordando los límites del cuadro en el espacio y ahora entreverando sus imágenes con fotografías. Aunque la problemática de cada ámbito requiere posiciones distintas, existe en todos sus trabajos un componente sintáctico, intrínseco al lenguaje pictórico, que se mantiene invariable desde sus inicios. Sus preocupaciones son de orden conceptual antes que procedimentales, por eso lo que encontramos en su obra es un permanente cuestionamiento del medio que rebate no sólo sus fronteras, sino también la manera en que se construye una representación artística o es percibida por el espectador. Lejos de la ortodoxia canónica del género, sus planteamientos van acumulando estratos de complejidad hasta confundir el carácter de sus piezas, que en muchos casos no son ni una cosa ni la otra, sino más bien una mezcla amplificada de valores diferentes que superan las preocupaciones habituales de la pintura para adentrarse por otros derroteros más profundos que nos hacen pensar sobre lo que vemos y cómo se construye la realidad al modo en el que lo describe John Berger, evitando los juicios preestablecidos y asumiendo el peso de la contemporaneidad.

En estado permanente de alerta ante las posturas definitivas, las variaciones y divergencias que provoca Romero con sus probaturas en el estudio lo sitúan en una necesaria posición de inseguridad, disposición que le fuerza a perseverar hasta encontrar algo nuevo que le permita alejarse de lo ya conseguido. Aquí, su actitud es muy parecida a la de Luis Gordillo, que curva o pospone los finales para evitar cerrarlos, consciente de que a los flujos no se les puede clausurar de forma tajante y es más productivo sumarles posibilidades que ocluirlos mientras brotan. Su mirada es tensa, atenta, inquieta. Lo suyo no es un quehacer prefijado ni especulativo; más bien al contrario, su corpus se debe a la praxis del laboratorio. De hecho, cualquier aspecto concerniente al proceso creativo es susceptible de incorporarse a la obra, como ocurre con las últimas series fotográficas que ahora presenta en Feel in the blank, una superposición de elementos retroalimentados que se concatenan unos detrás de otros por lenta digestión, sin eludir episodios intermedios y asumiendo que cada fase de regurgitación es necesaria para alcanzar el siguiente punto de sazón. Aunque él mismo se encarga de potenciar sobre la mesa de trabajo las interferencias con pequeñas variaciones que modifican el paso anterior, bien sea lanzando confeti negro, añadiendo trozos blancos de papel o despegando de manera irregular los adhesivos que coloca a modo de trama sobre un muro, esa entropía provocada acaba cristalizando como si fuese una energía chispeante que ensancha el alcance del sistema aprovechando, precisamente, sus zonas de incertidumbre.

Folded_027. Fotografía e intervención con cinta de PVC de Fernando M. Romero. Foto: FMR
Los resultados de esta especie de anamorfosis deconstructiva, algunos asumibles como una secuencia en progresión, son aparentemente anárquicos aunque su estructura esté fijada con solidez. Subyace en ellos una exacta sincronía que contrapesa con acierto elementos compositivos, volúmenes y puntuales golpes de color. En estas obras todo se mantiene en una constante atmósfera de incertidumbre que favorece el descubrimiento y construye complejas situaciones espaciales próximas a la paradoja visual. Estas recurrentes interrupciones refuerzan la sensación de profundidad al mismo tiempo que crean tensiones entre primer término y fondo o juegan a forzar el sentido de la perspectiva quebrando lo previsible con distorsiones ópticas. Para el artista, el caudal de lo inexacto despliega mucha más información y de mayor interés que los aciertos, que acaban encorsetando el modo de hacer hacia lo acomodaticio. Fernando prefiere la ambigüedad que genera la contaminación o el ruido porque esa incomodidad crea atracción en el observador, que debe detenerse más tiempo ante cualquiera de sus piezas para interpretar un señuelo que le resulta a la par que seductor, inescrutable.

En el siglo XXI, la responsabilidad ya no recae tanto sobre un tipo de producción específica u otra, sino más bien en la capacidad de cada autor para prescribir sentido a aquello que articula con mayor exactitud sus inquietudes, un razonamiento que prioriza las proposiciones argumentales sobre la forma final de presentación. Así, como en su trabajo el estatus de la obra siempre ha sido cuestionado a través de una dialéctica que enfrentaba lo regular y previsible frente al equívoco, la incorporación ahora de signos meta-lingüísticos a través de documentos que retratan acciones del taller no hace más que incidir en ese debate abierto sobre la consideración de una imagen hoy. En su caso, el bucle pintura-acciónfotografía avanza sobre un rail propulsado por injerencias inesperadas, un continuum autoreferencial que acude al trabajo del artista desde el propio trabajo del artista y toma como materia de una obra los elementos constitutivos de esa misma obra, convirtiendo su desarrollo en una pieza derivada que podría analizarse en claves similares a la circularidad de los ciclos artísticos que destilan los proyectos de Juan Carlos Bracho, apoyados en bucles que mezclan significado y significante al presentar de manera indisoluble la realidad y su reflejo.

Folded_020. Fotografía de Fernando M. Romero. Foto: FMR
A modo de conclusión, podríamos entender la obra de Fernando M. Romero como un audaz ejercicio tautológico donde lo verdaderamente trascendente no es la imagen que se consigue, sino la reivindicación del acto de pintar como una práctica mental compleja y ramificada que se sitúa al mismo nivel que cualquier otra expresión intelectual sostenida por el pensamiento. En este sentido, es clave desglosar el proceso y dar protagonismo a todo lo que ocurre en el estudio, una investigación que gracias a la cámara permite ahora destapar aquellos procedimientos motores que antes quedaban silenciados. Al incluir la fragmentación del tiempo como variable que registra los cambios y permite escarbar en las circunstancias intermedias que hacen progresar la actividad creativa, esta nueva coordenada mide de igual modo el hecho pictórico y sus consecuencias, una dilatación que refuerza la importancia de las ideas por encima de las materializaciones y utiliza el mismo rasero para ponderar un óleo sobre lienzo, una intervención en la pared o una fotografía.

Feel in the blank
Fernando M. Romero
AJG Gallery. Sevilla
Hasta el 13 de junio


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