Statuae in publico positae. Los estridentes honores capitulares cordobeses a Claudio Marcelo

Galería de Hombres Ilustres (summi viri) del Foro de Augusto en Roma. 2 a. C.

Dr. Antonio Monterroso Checa. 
Área de Arqueología. Universidad de Córdoba 
para Ars Operandi


“Tradicionalmente en Roma las estatuas de hombres ilustres fueron dedicadas en toga. Existieron también figuras desnudas teniendo una lanza siguiendo el modelo de los efebos de los gimnasios. Y aunque la tradición griega no debe ocultarse, la romana y militar recomienda poner una coraza a estas estatuas”.

 Plinio, Historia Natural, 34.18.


A los homenajes de romanos ilustres, fundadores de ciudades, Córdoba ya llega tarde. Tarde y con prisas, dos mil años después; las prisas que al decir de la prensa van entre las noches anteriores a las elecciones, éstas mismas y una inauguración oficial de la estatua de Claudio Marcelo sita en el entorno del templo romano, que creo, aún no se ha producido. Tras el cambio capitular de ayer, está por ver quién se atreve con ello. No es ningún regalo la situación, supongo, tras toda la crítica que ha sucedido a la performance nocturna de su instalación. Para regalos envenenados, de verdad, creo que este.

En teoría, el encargo de una estatua de este tipo supongo que tiene que ver con la memoria ilustre de la ciudad y con la reivindicación de su pasado; motores biturbo para coger fuerzas, mirarnos el músculo y atragantarnos de futuro travestidos de eso que pensamos que fuimos; hace tanto tiempo. Para eso se hacen los programas figurativos en clave nacional. Sobre todo en tiempos de crisis, que es cuando hacen falta estas cosas y es cuando se captan adeptos. La Historia como sedante hace más efecto con debilidad. Felipe IV llenó de gloriosas batallas su Salón de Reinos de El Retiro cuando el imperio de las Españas se descomponía; y de ahí nació la soberbia Rendición de Breda, ilustre toma que duró dos años, siendo la ciudad de nuevo ya flamenca cuando Velázquez acabó el cuadro. Más o menos como algún pretor romano que estuvo aquí en Córdoba sólo dos inviernos y de nombre Marcelo (169-168/152-151 a. C). Aunque claro es que no estamos a ese nivel de pincel.

Nada nuevo por tanto. Incluso para Roma. Ciudad sin imágenes de su memoria, al menos en serie, hasta el año 2. a. C, cuando, empadronada de una buena parte del mundo, glorias orientales y glorias occidentales para sustento de su gran memoria, Augusto cae en la cuenta de que no tenía a quién enseñársela. Instala por ello un mapamundi en la Porticus Vipsania; he aquí nuestro mundo. E instala una galería oficial de hombres ilustres y los territorios conquistados en su Foro; he aquí los protagonistas. Personajes desconocidos para paseantes, sin rostro ni tipo, se amalgamaron a lo largo de los pórticos del Foro, delante del templo de Marte. Personajes que nadie conoció, y nadie vio, Rómulo y Eneas, entre ellos.

Todo éter y púrpura. Pero Roma, la de verdad, esa, la que necesitaba otras cosas, esa, vivía más allá de la Subura; el enorme muro de 32 metros de alto que, de la ciudad, aislaba este foro.

A partir de este monumento muchas ciudades provinciales quisieron tener esa misma galería de personajes famosos de la Historia de Roma, repetidos; incluso Córdoba, y por eso tenemos el Torso Tienda en el Museo, réplica del Eneas padre de la romanidad que ocupó la exedra septentrional del Foro de Augusto en Roma. Una estatua soberbia, resumen sólo ella, de la gloria, esta vez sí, de la locuaz Córdoba romana. 

No aburro más. Porque estatuas a hombres ilustres de Roma se pueden seguir a través de los capítulos del 16 al 26 del libro 34 de Plinio el Viejo. Estatuas para aburrirles también en muchas ciudades romanas. Recuérdense los homenajes a Volusio Saturnino en Roma o a Marco Nonio Balbo en Pompeya y Herculano. Esta debió ser quizás la guía en este caso cordobés.

Yo no soy crítico de arte o de estatuaria actual en espacios públicos. No tengo juicio para la contemporaneidad, más allá del simple gusto personal que nunca es razonamiento serio. No me gusta descalificar a los artistas por un tirón de adrenalina a simple vista; porque uno nunca sabe con qué biblioteca de formas y conceptos se la juega, si se trata, como debe ser, de artistas cultos. Y porque la creatividad, en ningún caso, debe tener trato de mofa o ligereza. No va por tanto este texto dedicado al artista. Si lo va en cambio al encargo público y al icono; a las perversiones históricas del hecho y a lo impropio del tipo, a lo transgresor del mismo. Contra un tipo que nunca hubiera querido el mismo Marcelo. Un tipo que le hubiera quizás costado la misma condena de su memoria. Hombre de Roma, cónsul por tres veces, no merecía tal afrenta a sus mores y su romanidad. Yo hablo de Historia porque a la Historia se recurre; no me interesa la falsa y fácil poesía que en rostros y juventudes ven intenciones de miradas al nuevo futuro de una ciudad que creo que no es la que pisamos. Cada uno puede leer o explicar la estatua desde el éter que quiera. Yo soy arqueólogo y creo que de saber las consecuencias de venir aquí dos inviernos, Marcelo se lo habría pensado de verdad y se habría quedado en Tarraco.

Roma, la imperial, tiene muchas cosas de pastiche. Se puede inventar una leyenda de su fundación, se pueden inventar los personajes, sus caras y tipos. Se pueden inventar sus descendientes. Y hasta se puede hacer creer que la madre de Augusto fue engendrada por Apolo en el templo situado junto al teatro del Circo Flaminio. E incluso se puede hacer creer que Julio César desciende de Venus. Y que incluso cuando murió subió al cielo en forma de estrella. Igual que se puede hacer creer que se pueden abrir las aguas del Mar Rojo o que una mujer dé a luz un salvador sin presencia de hombre. Pero todo ello, tiene su sitio, sus pautas, sus reglas, sus formas y sus procedimientos se compartan o no. Unas reglas, que las sociedades que los asumen, respetan y cumplen. Unas pautas de decoro y respeto por quién se efigia. Sobre cómo se efigia. Y dónde se efigia. Plinio decía más arriba que los hombres ilustres iban sobre todo en toga. Y no por gusto, sino por reglas. Por reglas de respeto social. Por reglas de civismo. En la ciudad se viste de ciudadano; en toga. Sólo Julio César, 120 años después de la muerte de nuestro Marcelo, y como Dictador, se atrevió a vestir de militar. Y de ahí en adelante la moda, para quién pudo o tuvo el honor. Por eso, en el foro de Augusto, sede cívica máxima, todos los militares ilustres de Roma, todos los padres de la Historia de Roma, vestían en toga y sólo portaban el mulleus; es decir, el calzado militar como honor a su otra condición. El mayor honor de un romano es vestir la toga praetexta y viril y, a ser posible, la picta o la palmata, en el que caso de los triunfadores; pero siempre la toga.

El tipo desnudo, entero, no es un tipo de orígen romano; es un tipo oriental, reservado a los héroes del mundo griego. Como Plinio decía, a los vencedores de los juegos sagrados de Olimpia. Tipo que en Roma adoptan algunos vencedores y conquistadores del mundo griego, como el príncipe helenístico del Museo de las Termas, el llamado Flaminino, libertador de Grecia, entre otros muchos. Y que luego, con el tiempo, adoptarán también algunos prohombres; como Nonio Balbo en el teatro de Herculano, ya avanzado el s. I. d. C., por ejemplo, entre tantos. Por ello no deja de ser un tipo algo común para determinados pretendientes de héroe. 

Miembros de la familia Julio-Claudia (a la derecha Augusto divinizado como Júpiter y en el centro Germánico heroizado) en el llamado Relieve de Ravenna (Museo de Ravenna) . La estatua cordobesa mezcla ambos tipos.

Pero el tipo semidesnudo, el de nuestra estatua, es otra cosa bien distinta. El tipo que lleva el manto recogido en un brazo, asomando por el hombro y todo el torso al aire, es decir, el Hüftmanteltypus con Schulterbausch, como se conoce en nuestra horrenda jerga arqueológica esta manera de vestir de la estatua cordobesa en cuestión, es un tipo romano que hace referencia a los divi, emperadores divinizados en forma de Júpiter, o miembros de la familia imperial que no llegaron a serlo pero que tienen condición superior; todo ello ya en plena época imperial, es decir, dos siglos después de morir nuestro Marcelo. Tipo que, aunque cuenta con algún precedente, es el que en ambiente público se genera para representar sobre todo a Julio César divinizado allá por los años 17 a. C. Se trata igualmente del tipo elegido para efigiar los héroes de la familia imperial julio-claudia, es decir, a los descendientes de Augusto que no tuvieron rango de dioses, pero que son héroes de la familia imperial. Tras César, son los casos de Germánico o Marcelo, el sobrino de Augusto, muerto en 23 a. C. Incluso es el tipo que recuerda a los emperadores divinizados a la manera de Júpiter; aunque en nuestro caso falte el brazo alzado. Pero lo nuestro es una miscelánea de ambas cosas.

Julio César divinizado con en torso semidesnudo y brazo extendido sosteniendo una victoria. También con la réplica del cometa en su cabeza, simulación de su divinidad, que le otorga Augusto en toga. Moneda de la época de Augusto. 

Claro es que hay militares de 100 años posteriores a Marcelo, en otro estilo y mentalidad, como el General de Tívoli, que llevan el torso desnudo; pero siempre con referencias militares, nunca heroicas tendentes al parentesco o confusión con quienes detentan el privilegio de tener este tipo en tanto que entes cercanos a la divinidad.

Presentar a Claudio Marcelo en este tipo es, si se me permite, como presentar a cualquier santo de la Iglesia como un Resucitado saliendo de las aguas o algo similar. Impropio de su rango en cualquier caso. En este nivel estamos, si nos interesa atender al origen culto de las cosas; al porqué de las cosas, al menos según la mentalidad de época romana.


Emperador divinizado como Júpiter de la Colección Medinaceli (i) y Tiberio del Museo de Tripoli (d).


El Marco Claudio Marcelo fundador de Córdoba fue cónsul por tres veces. Junto a su abuelo el gran Siracusano y su padre, hacen los famosos nueve consulados de los Claudios Marcelos que tenían su monumento gentilicio en la Porta Capena. Insigne y gloriosa familia romana. Como el vencedor de Sicilia, debió tener un puesto en la galería de personajes ilustres del Foro de Augusto, donde estuvieron todos los triunfadores de la Historia de Roma entre los cuales debía contar gracias a su triunfo sobre los galos en los Alpes en 166 a. C. Y como el vencedor de Sicilia allí, su abuelo, debió estar siempre en toga y con calzado militar como el resto; porque son los hombres de armas los que hacen grande a esa majestad del pueblo romano que se gestiona en el Senado.

Lo más estridente de la estatua cordobesa no es que podamos analizarla por partes, como si fuera una miscelánea de formas, y averiguar de dónde toma el escultor cada parte de ella (brazo izquierdo rastreablese también si se quiere en la iconografía cristiana). Lo más transgresor desde el punto de vista tipológico y estético, además del tipo, es el peinado; verdadera identidad del romano mutada en soplo de flequillo digno de Carrera Oficial. El peinado es parte de la verdadera majestad de una estatua romana. Así como el rostro, que debió ser pleno en severidad republicana pensando en una estatua de tiempos de Marcelo, primera mitad de s. II a. C,  y de lo que aquí no queda un mínimo reflejo. 

Aún más, esta estatua de Marcelo tendente a divo se apoya en una Tychè; la imagen sacra de la ciudad, Corduba, que sí es algo sagrado sobre lo que nunca Marcelo se pudo apoyar; porque como concepto era algo muy superior al él.

Pero aun peor, puede ser todavía introducir esta estatua en el témenos del templo. Un espacio público con reglas públicas en la Antigüedad donde no se disponen estatuas sin decreto y sin reglas. Y ya, deificar a Marcelo completamente. Produciría peores efectos ente los cuales hacer creer algo que muchos cordobeses ya piensan: que el templo de la Calle Claudio Marcelo estuvo dedicado efectivamente a Claudio Marcelo. Ni esa calle existía en época romana, ni Marcelo fue nunca dios. Eso, con todo el dinero que el Consistorio ha gastado en excavar y poner en valor el templo sí que sería un ultraje al patrimonio: un templo dedicado con buena probabilidad al Divo Vespasiano, primer emperador de la dinastía Flavia, rededicado ahora, de este modo, a un Claudio Marcelo que no fue nunca más que un hombre ilustre, como tantos, que tuvo Roma.

Creo que más alteraciones de la historia de Córdoba en menos espacio son realmente imposibles de acumular. Le falta el color a la estatua eso sí, por ahí se puede aún caminar; a sabiendas desde hace mucho tiempo que las estatuas antiguas nunca fueron blancas.

No sé si es ingenio o casualidad. Lo que sí sé, desde lo que yo sé, es que el público que visita estas cosas es un público versado, nunca ignorante, aunque se utilice siempre esta cantinela para sacar dinero para el patrimonio. Un público que sabe juzgar, al que no le gustan los pastiches ni los engaños. Un público al que le gusta la originalidad bien presentada. Y un público nunca desinformado,  porque el mundo, hoy día, cabe en un smartphone; incluso toda la Antigüedad.

Córdoba merece otra cosa. De verdad. Al menos los más de veinte millones de pesetas, que pesan y resuenan a bóveda más que 132.000 euros, que dicen los periódicos que ha costado esta estatua.


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