Bartolomé Bermejo, un cordobés en el Prado

Tríptico de la virgen de Montserrat. Bartolomé Bermejo y taller de los Osona. Óleo sobre tabla, Central: 156,5 x 100,5 x 2,1 cm batiente izquierdo: 156,2 x 50,2 x 1,6 cm. Derecho: 156,2 x 50,2 x 1,6 cm (h. 1483-1489) Cattedrale Nostra Signora Assunta, Aula Capitolare, Acqui Terme (Alessandria)

A. L. Pérez Villén / Ars Operandi

En efecto, el Museo del Prado exhibe hasta finales de enero una muestra, compuesta por medio centenar de pinturas, procedentes de casi una treintena de colecciones europeas y norteamericanas, que sitúan a Bartolomé Bermejo (Córdoba hacia 1440-hacia 1501, posiblemente Barcelona) como uno de los mejores pintores del siglo XV. No siempre fue así, de hecho el interés por el artista se diluye con su fallecimiento y no se recupera hasta finales del siglo XIX y comienzos del XX cuando una serie de historiadores comienza a recuperar y poner en valor su figura y su obra. En la actualidad está considerado como un excelente pintor, con un dominio del oficio en el tratamiento cromático de las figuras y en la verosimilitud de lo representado –en especial en los reflejos metálicos y las texturas de los materiales- y una competencia técnica en la pintura al óleo, que lo hacen singular y muy considerado por la clientela eclesiástica y la pujante burguesía de la época. La exposición, comisariada por Joan Molina Figueras, cuenta con piezas señeras de su producción, como Santo Domingo de Silos entronizado como obispo, la única pintura de Bermejo que posee el Prado; Tríptico de la Virgen de Monserrat, de la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción (Aula Capitular) de Acqui Terme; San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan de Tous, procedente de la National Gallery de Londres; o Piedad Desplá, de la Catedral de Barcelona, aunque también es cierto que se echa en falta una de las seis tablas de un retablo, que no ha querido prestar una colección norteamericana.


Arresto de santa Engracia. Óleo sobre tabla, 92,5 x 52 cm (h. 1474-1477) Bilbao, Museo de Bellas Artes de Bilbao

Bartolomé de Cárdenas, alias el Bermejo, es un notabilísimo artista cordobés de la segunda mitad del siglo XV, creador del que no se posee mucha información –hay autores que apuntan a que el artista nació en los alrededores de la Plaza de la Corredera, en el barrio de San Pedro de la capital cordobesa y que mantenía taller en la propia plaza en 1464 (Zueras Torrens)- y del que se sospecha su posible origen judeoconverso, lo que muy posiblemente sea la causa de su migrante trayectoria. De lo que no cabe duda es de la excelencia de su pintura, que denota un paulatino y significativo desarrollo, tras el lógico aprendizaje, desde las maneras flamencas de mediados del siglo XV al magisterio técnico del óleo. Un dominio que es manifiesto en la originalidad y variaciones de las composiciones y el tratamiento del cuerpo, en la transmisión sugestiva de verosimilitud de lo pintado y en el naturalismo realista del espacio. Y todo ello como síntoma y confirmación de un estilo a caballo entre dos siglos, entre dos épocas: la medieval del último gótico y la del cuatrocientos del primer humanismo renacentista.

San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan. Óleo sobre tabla, 179,7 x 81,9 cm (1468) Londres, The National Gallery

Decimos que se sabe poco de su biografía, no obstante hay un dato que podría confirmar ese origen de converso y es el hecho de que contrae nupcias con una adinerada viuda que años más tarde será procesada por la Inquisición por prácticas judaizantes. Y también está su tendencia a asociarse –en su deambular residencial por el Levante y las tierras mañas y catalanas de la Corona de Aragón- con sucesivos artistas locales, como estrategia para blindar su arraigo y pertenencia al lugar donde desarrolla su trabajo. Y así mitigar las dudas respecto a su conversión verdadera a la fe cristiana. Aunque también es muy probable que este hecho se deba sin más a la necesidad impuesta por las ordenanzas gremiales de conveniar con maestros locales los encargos que se le ofrecen al maestro. Una de las primeras obras documentadas es el excelente San Miguel, ya mencionado, en el que perviven los ecos de la pintura flamenca de Roger van der Weyden o Memling y se atisban las valencias de su novedoso lenguaje pictórico, abrazando el preciosismo realista y la opulencia cromática de los paños, metales y las gemas. Pues bien, esta pintura la lleva a cabo antes de cumplir los 30 años gracias al encargo que le hace un noble y mercader valenciano –Antoni Joan de Tous- también sospechoso de conversión desde el judaísmo. Es decir que por estos años (1468) Bartolomé Bermejo desarrolla su actividad profesional en tierras valencianas como pintor virtuoso de ropajes y reflejos metálicos, con un dominio del oficio que le lleva a componer escenas que reinterpretan la iconografía cristiana desde la originalidad y la fantasía.

San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan (detalle inferior)

No hay más que detenerse en los detalles del San Miguel, ya sea en el propio santo y su vestimenta, como en el retrato del cliente (comitente) a los pies de aquél o en la bestia que aplasta el arcángel, con todo un repertorio de suculentas singularidades que apuntan al desempeño de una imaginación y una creatividad puestas al servicio de la pintura. Una pintura que no oculta sus fuentes –los maestros flamencos van der Weyden y Memling, pero también Jan van Eyck y Dirk Bouts, incluso referencias italianas- y que sugiere el advenimiento de un nuevo estilo, en sincronía con las corrientes pictóricas del momento. Tanto si viajó a Flandes o Italia para formarse como si no –en Valencia florece una pujante burguesía que atrajo a estas tierras autores flamencos, así como italianos, no olvidemos los vínculos de la corona con Nápoles, Cerdeña, Sicilia y otras localidades vecinas- lo cierto es que Bartolomé Bermejo migra de un lugar a otro, es un pintor nómada, a la búsqueda de encargos, reconocimiento o seguridad. Y en este empeño nos lo volveremos a encontrar, defendiendo su trabajo, comprometiéndose con clientes que le exigen el cumplimiento de sus marcas de estilo –explícitas en algunos contratos, como en el que se le requiere que la figura ha de estar “vestida con sus telas de buenos colores como Santa Engracia de San Pedro de Daroca, copiosa de oro”-, asociándose con artistas locales para poder llevar a buen puerto los proyectos e incluso enfrentándose con el cliente, que le amenaza con sentencia de excomunión en caso de incumplimiento.


Santo Domingo de Silos entronizado como obispo. Óleo sobre tabla de conífera, 242 x 130 cm (1474-1477) Madrid, Museo Nacional del Prado
Otro hito importante en su trayectoria es el desempeñado para el monasterio de Santo Domingo de Silos en Daroca, en tierras aragonesas, del que solo llega a pintar la tabla central del retablo por desavenencias varias. Se especula que las causas pueden ser tanto relativas a los problemas derivados de las obligaciones gremiales –asociación con artistas locales que Bermejo no considera a su nivel, bajo incentivo económico- o de tipo estético, por no admitir esquemas iconográficos, técnicos y compositivos caducos. En esta obra vuelve a desplegar sus recursos pictóricos, creando la ilusión de verosimilitud y trastocando las dos dimensiones de la pintura con el volumen de la retablística, haciéndonos confundir ficción y realidad. En la tabla de grandes dimensiones aparece entronizado como obispo el santo homónimo. A nadie se le oculta que este tipo de pintura tardogótica, que está a las puertas del primer renacimiento español, bebe de las fuentes iconográficas y las técnicas del oficio de la pintura flamenca y que a ello se presta sin demora Bermejo, atendiendo encargos que le siguen llegando no solo del estamento eclesiástico, sino también de la incipiente burguesía que requiere de sus servicios. Así sucede, por ejemplo, con el magnífico tríptico de ascendencia flamenca que le encarga el mercader veneciano Francesco della Chiesa y que representa a la Virgen de Monserrat. Este tríptico, que viajará hasta la capilla de la Catedral de Acqui Terme por disposición testamentaria del cliente, lo debe realizar conjuntamente con los hermanos Francisco y Rodrigo de Osona.

Piedad Desplà. Óleo sobre tabla, 175 x 189 cm (1490) Barcelona, Catedral de Barcelona

Una de las últimas obras documentadas de Bartolomé Bermejo es la Piedad Desplá, encargada por el humanista arcediano barcelonés Lluis Desplá, en la que se representan, amén del motivo iconográfico que da título a la obra, San Jerónimo y el comitente que la encarga. Pero al margen de la luminosidad y la rica textura de los paños y el naturalismo casi expresionista de las figuras, la minuciosa y delicada galería de animales y plantas que aparecen en escena, lo que llama la atención es el soberbio ejercicio paisajístico de fondo, todo un tratado pictórico de representación del espacio abierto de la naturaleza. Una escena compleja y desbordante de información, con atisbos de sugerencia de perspectiva y con un repertorio simbólico de emblemas moralizantes sobre el sacrificio cristiano. Una prueba más del buen oficio de pintor de Bermejo y de su competencia profesional para sacudirse posibles dudas respecto a sus creencias religiosas.

Bartolomé Bermejo
Museo del Prado
Clausura: 27 enero 2019
Comisario: Joan Molina (Universitat de Girona)

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