Redacción / Ars Operandi
Una nueva exposición viene a sumarse a la excelente oferta expositiva que ofrece en estos momentos la ciudad de Córdoba. Mañana sábado se inaugurará Después de la alambrada. El arte español en el exilio 1939-1960, una muestra que analiza por primera vez en profundidad los distintos exilios geográficos, sociológicos, ideológicos y estéticos que desgarraron e impregnaron el arte español del siglo XX. La exposición, producida también por el Ayuntamiento de Córdoba, la Fundación CajaSur, la Fundación Provincial de Artes Plásticas Rafael Botí, la Junta de Andalucía, la Universidad de Córdoba, el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC) y la Universidad de Valencia, reúne casi doscientas piezas de medio centenar de artistas que evidencian la importancia de la cultura artística del exilio y su aportación fecunda a las nuevas tierras de acogida. La muestra, comisariada por Jaime Brihuega, también ahonda en las claves temáticas y formales del imaginario artístico del exilio, así como en los elementos que asociaron o disociaron el arte producido antes y después de la contienda fratricida.
Una nueva exposición viene a sumarse a la excelente oferta expositiva que ofrece en estos momentos la ciudad de Córdoba. Mañana sábado se inaugurará Después de la alambrada. El arte español en el exilio 1939-1960, una muestra que analiza por primera vez en profundidad los distintos exilios geográficos, sociológicos, ideológicos y estéticos que desgarraron e impregnaron el arte español del siglo XX. La exposición, producida también por el Ayuntamiento de Córdoba, la Fundación CajaSur, la Fundación Provincial de Artes Plásticas Rafael Botí, la Junta de Andalucía, la Universidad de Córdoba, el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC) y la Universidad de Valencia, reúne casi doscientas piezas de medio centenar de artistas que evidencian la importancia de la cultura artística del exilio y su aportación fecunda a las nuevas tierras de acogida. La muestra, comisariada por Jaime Brihuega, también ahonda en las claves temáticas y formales del imaginario artístico del exilio, así como en los elementos que asociaron o disociaron el arte producido antes y después de la contienda fratricida.
El espacio cronológico que plantea la exposición tiene como límites simétricos los años 1939 y 1960, dos hitos claros en el proceso evolutivo del arte español. La primera fecha marca el final de la guerra civil y el comienzo del exilio mientras que la segunda señala el inicio de modernización que comenzó a manifestar el arte en la España gobernada por Franco. Sobre este segmento histórico se despliega una reflexión estética e ideológica acerca del arte del exilio español en su conjunto, abordando la naturaleza de las transformaciones experimentadas por los lenguajes visuales que los artistas transterrados llevaban como equipaje al abandonar España y ahondando en la tensión que se produjo entre la persistencia (o desvanecimiento) de la memoria del origen y su metamorfosis a partir de la irrupción del nuevo paisaje histórico, cultural y estético que supusieron los nuevos contextos.
La muestra reúne casi doscientas piezas que han sido cedidas para la ocasión por más de 70 colecciones públicas y privadas de dentro y fuera de nuestras fronteras. La restricción en el número de artistas representados obedece a la intención de huir de la minuciosidad erudita por lo que se ha seleccionado al medio centenar de nombres historiográficamente más consolidados. De ellos, se exponen no sólo algunas de las obras que realizaron durante su exilio sino también algunas de las piezas que crearon durante el periodo republicano con el objetivo de dotar al espectador de una mirada activa que le haga reflexionar sobre la mutación de los paradigmas argumentales y estéticos del arte español de los años treinta o, por el contrario, sobre el espejismo de su continuidad.
Las obras se han agrupado en torno a los dos grandes territorios geográficos sobre los que se diseminó nuestro exilio artístico: el exilio en el continente americano y el exilio en el continente europeo.
La Sala Museística CajaSur acoge las dos primeras partes de la muestra dedicadas a los artistas mexicanos, del Cono Sur americano y de otros destinos del exilio transoceánico. México fue uno de los escenarios más intensos. Con el aparatoso despliegue del muralismo y con la orientación de cuño indigenista de muchas de sus propuestas culturales, México ofrecía un clima artístico densamente pertrechado en lo ideológico. Eran señas de identidad muy visibles que, asociadas a una infraestructura cultural y artística tupida y solvente, convertían al país azteca en un escenario apto para agitadas confrontaciones de ideas y de formas. Pero también se trataba de un país permeable para ser fecundado por el voluminoso equipaje de sabiduría y creatividad que aportaba el exilio español en el campo del pensamiento, la literatura, la música, la arquitectura, el diseño gráfico y por supuesto, las artes plásticas. Este desembarco de intelectuales y creadores españoles dio lugar, a su vez, a una importante trama de plataformas culturales asociadas al exilio en un auténtico encuentro entre culturas.
Entre los artistas más importantes de este destino del exilio cuyas obras están presentes en la exposición cabe mencionar a Aurelio Arteta, Antonio Ballester, Manuela Ballester, José Bardasano, Salvador Bartolozzi, Enrique Climent, Roberto Fernández Balbuena, José García Narezo, Elvira Gascón, Ramón Gaya, José Moreno Villa, Josep Renau, Antonio Rodríguez Luna, Miguel Prieto, Arturo Souto y Remedios Varo.
El exilio en el Cono Sur americano es el segundo destino que congregó a más artistas dentro del exilio de ultramar, sobre todo Buenos Aires, que componía un espacio cultural dotado de mucho peso específico, donde los transterrados, sobre todo los de origen gallego, estaban dispuestos a convertirse en términos activos de diálogos fecundos. Este apartado de la exposición reúne obras de Rafael Alberti, Manuel Ángeles Ortiz, Manuel Colmeiro (que en 1948 se trasladó a París), Maruja Mallo (que también estuvo en Chile) y Luis Seoane.
Este primer apartado se cierra con un recuerdo a los otros destinos del exilio transoceánico. El resto de los destinos de encuentro de América Central y del Sur, como Cuba, República Dominicana, Venezuela, Puerto Rico o Guatemala, supusieron escenarios de menor intensidad, tanto por sus variadas situaciones políticas y actitudes frente al exilio republicano, como por la menor solvencia de sus respectivas tramas culturales. Y, en todo caso, por el menor numero de artistas transterrados, que no llegaban a componer "colectivos de exilio", como ocurría en México o Argentina. En cambio, Nueva York se mostraba ante los ojos de los artistas exiliados como un nuevo y deslumbrante epicentro de la creación artística mundial.
Este apartado reúne obras de Eugenio Granell (residió en Santo Domingo, Guatemala, Puerto Rico y USA), Cristóbal Ruiz (vivió en Puerto Rico, además de pasar por París y Nueva York), Ramón Martín Durbán (residió en Venezuela); Josep Gausachs y Vela Zanetti (vivieron en Santo Domingo y el segundo también en Nueva York). En Estados Unidos, por su parte, fijaron su residencia principal Luis Quintanilla (en 1957 se trasladó a París) y Joan Junyer (primero había estado en Santo Domingo).
El Palacio de la Merced acoge el segundo apartado de la exposición dedicado al exilio en el continente europeo. A pesar de la ocupación nazi y de comenzar a perder luego el liderazgo como centro mundial del arte contemporáneo, París siguió representando una meca para los artistas del exilio español. Por supuesto, para los que ya habían experimentado previamente la esplendorosa vida cultural de la Ciudad de la Luz pero, renovadamente, para los que la abordaban por primera vez. A ello hay que añadir que, después de la liberación, París se convertiría en un verdadero santuario del antifranquismo.
Pero el caso de Francia y, fundamentalmente el de París, requiere un tratamiento especial, pues muchos artistas que no viajaron a España después de la guerra estaban ya instalados de antemano en la capital francesa y prácticamente no tenían protagonismo directo en la vida artística de la España republicana (Picasso, Julio González, Bores, Viñes, De la Serna, Dalí). En estos casos, e independientemente de sus ideas y comportamientos políticos, no puede hablarse estrictamente de artistas transterrados. En cambio, sí hemos de considerar de alguna manera exiliados políticos a aquellos que, residiendo más o menos habitualmente en París, pero teniendo importantes vínculos con la vida cultural española, decidieron desconectarse de ella y no pisar territorio español hasta pasado largo tiempo. Por eso, sumando el transterramiento propiamente dicho y el "de facto", los artistas exiliados en Francia componen un plantel considerable: Esteban Francés, Timoteo Pérez Rubio (irá también a Suiza y a Brasil), Manuel Viola, Joan Rebull, Antonio Clavé, Baltasar Lobo, Honorio García Condoy, Feliú Elías, Óscar Domínguez, Ángel López Obrero, Antoni García Lamolla, Leandre Cristòfol (también en Marruecos), entre otros, que están presentes en este capítulo de la exposición.
Londres, por su parte, supuso una residencia fugaz para José María Ucelay y Gregorio Prieto, mientras que la Unión Soviética representó una circunstancia intensísima en la vida de Alberto Sánchez—proporcionándole elementos para un diálogo entrañable entre la memoria de España y la asimilación de la nueva realidad geográfica y cultural—y de Julián Castedo.
La exposición se completa con la creación de tres instalaciones audiovisuales simbólicas sobre la guerra, los campos de concentración y la travesía del océano, así como con la proyección de un cortometraje cinematográfico sobre el exilio español realizado ex profeso por el cineasta Joan Dolç para la presente muestra, así como dos collages antológicos (un audio musical y un vídeo cinematográfico) realizados respectivamente con obras compuestas por nuestros músicos y cineastas en el exilio.
Después de la alambrada. El arte español en el exilio 1939-1960
Del 19 de diciembre de 2009 al 14 de febrero de 2010.
Comisario: Jaime Brihuega
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