George Condo, Pintura Burlesque


George Condo. Portrait of a Woman, 2002,
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 A. L. Pérez Villén/ Ars Operandi

Compartiendo las salas con Pipilotti Rist en la Hayward Gallery, la retrospectiva de George Condo nos permite una excelente aproximación a la obra del norteamericano, que hasta hace unos días doblaba su presencia en Londres con una exposición de dibujos en la Galería Spruth Magers. Mental States, que así se llama la antológica, se compone de unas 60 obras que van de mediados de los 80 –cuando el artista sitúa su residencia en Nueva York– a la actualidad. La muestra partió del New Museum de Nueva York, después pasó por el Museo Boijmans van Beuningen de Rotterdam y después de su estancia en la capital británica viajará al Schirn Kunsthalle de Frankfurt. Una retrospectiva que relee la tradición de la pintura -a la cita acuden maestros como Velázquez, Picasso, El Greco, Rembrandt, Saura...– y que combina ingredientes muy diversos: un singular expresionismo derivado de la estética del comic, la banalidad del pop, la estridencia de la psicodelia, el mestizaje de la posmodernidad y la decadencia de lo grotesco. 

George Condo. Jesus, 2002
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George Condo se dio a conocer en los años 80 como uno de los pintores más activos en la escena norteamericana de la posmodernidad. Desde entonces su obra, que hacía gala de un febril escoramiento por el dibujo, era huésped de la estela picasiana y se trufaba de similares intereses por la inmediatez de la resolución y los préstamos de la baja cultura, que compartía con autores como Keith Haring y Jean Michel Basquiat amén de Warhol. También casi desde entonces ha sabido dotar a su pintura de una doble cualidad que la hace especialmente atractiva. Su parasitismo hacia la tradición que no reprime la tentativa de matar al padre en cualquier momento y la veneración más exquisita por todo aquello que sea capaz de hilvanar lujo, distinción y gore (y punk y provocación y abyección). Una estética que quizás resuma una filosofía de vida, caracterizada por el glamour y las sustancias estupefacientes, la sofisticación y los amores perros. En cualquier caso nada a mitad de camino, siempre hasta el fondo, ya sea en las nubes o bajo el barro. 

Aspecto de la exposición de Condo en la Galería Spruth Magers de Londres. Fotografia: ars operandi
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La clausurada muestra en la Galería Spruth Magers reunía una serie de dibujos recientes de gran formato con las célebres aglomeraciones del artista. Acumulación de trazos, figuras y huellas de aproximación que desvelan su renovado interés por la representación. Un mosaico de fragmentos, de rostros y cuerpos desmembrados que nos vuelve a acompañar en las salas de la Hayward Gallery como si de un abigarrado graffiti se tratara. Un sedimento gestual resuelto con una solicitud expresa del trazo para sugerir formas y tensar rostros y figuras. Este es el territorio primordial de la pintura de Condo durante los años 80 y los 90. A partir de entonces el gesto se hace más taciturno, el colorido, más áspero, incluso llega a herrumbrarse y la pasta pictórica como contrapartida se diluye. Las cabezas declinan poco a poco la aceptación de lo grotesco como seña de identidad. Estamos en el cambio de siglo y la pintura de Condo permanece viva y anhelante por marcar rumbos nuevos. 

Aspecto de la exposición de George Condo en la Hayward Gallery
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Sin embargo no emprende aventuras que no tengan que ver con revisitar los orígenes; es decir, volver a inquirir a los maestros acerca de la pertinencia de la pintura. Y a esta cita acude, de nuevo, como no, Picasso, pero también los fantasmas de Antonio Saura y Rafael Alberti, así como la presencia ominosa de El Greco. No obstante, es Picasso el más revisitado. Otro núcleo importante de la retrospectiva lo componen los retratos imaginarios. Para ello el artista ha montado una suerte de retablo barroco compuesto de una veintena de telas –en su mayoría retratos, como no podía ser de otra manera- con las que se podría realizar una magnífica y completa recensión sobre su obra. Bajo la licencia de la relectura de la historia del arte conviven los rostros deformes –recurso común en el expresionismo y derivados, así como en sus precedentes (Goya)– la minuciosidad preciosista del ornato, la extravagancia figurativa y el colorido festivo. 

George Condo. The Insane Queen, 2006. 
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Es evidente que la pintura de George Condo en la última década es inconfundible. Sus rostros habitados por lo grotesco y deformes hasta la comicidad, representados con toda la naturalidad que otorga la pintura le han servido para rescatarla de la condición servil a la que se había entregado cuando hace unos años decoraba la experiencia de la posmodernidad. No es que estemos abogando por la defensa de la obra de Condo como una propuesta política, que también, pero lo cierto es que en la actualidad su pintura ha acentuado su habitual repertorio expresivo. Y lo hace cargando las tintas en la decrepitud de una existencia robotizada y condenada a elegir entre la animalidad de los personajes que la habitan y la distante elegancia de la perversión a la que gustosamente se someten. 

George Condo. Mental States 
Hayward Gallery. Southbank Centre, London 
Hasta del 8 de enero de 2012 

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Comentarios

srfimia ha dicho que…
Me ha encantado este autor y esta serie de artículos que nos estáis mostrando, acercándonos a creaciones y proyectos de más allá de nuestras fronteras. Os tengo fichados en mi google reader.