Crónica de la realidad. Dibujos de Goya en el Prado

“Idioma universal. El autor soñando”, 1797 (Serie Sueños, número 1). Tinta ferrogálica a pluma sobre dibujo preliminar de contorno a lápiz negro, sobre papel verjurado, 248 x 172 mm. Madrid, Museo Nacional del Prado.
Angel L Pérez Villén / Ars Operandi

Más de 300 dibujos componen la muestra Goya Dibujos. Solo la voluntad me sobra, que el Museo del Prado exhibe como consecuencia de las investigaciones previas a la edición del catálogo razonado de los dibujos del artista maño y con motivo de la celebración del segundo centenario del museo. Coorganizada por el Museo del Prado y la Fundación Botín—que son también las instituciones impulsoras del citado catálogo—y comisariada a cuatro manos por José Manuel Matilla, jefe de conservación de dibujos y estampas del museo y Manuela Mena, exjefa de conservación de pintura del siglo XVIII del museo, la exposición es de visita obligada por la oportunidad que brinda de contemplar en un mismo espacio tal selección de dibujos. Además de los fondos del propio museo, muy ricos en cuanto a obra del artista, se ha acudido a numerosas colecciones públicas y privadas de todo el mundo para poder ofrecer una visión de conjunto sobre la práctica totalidad de su producción dibujística, desde sus primeros tanteos en su periodo de formación hasta los últimos ensayos efectuados desde su retiro bordelés. La exposición se articula mediante una serie de capítulos que de manera cronológica nos informan de la evolución de la técnica empleada, así como de la secuencia de intereses y temas desarrollados, que han sido reinterpretados desde una óptica que nos permite refrendar la certidumbre de que Goya es no solo uno de nuestros artistas más importantes—uno de los que goza de mayor consideración internacional—sino uno de los precursores de la modernidad, tanto artística como histórica y social.

Autorretrato, 1796. Pincel y aguada de tinta de hollín sobre papel verjurado, 233 x 144 mm. Nueva York, The Metropolitan Museum of Art, Harris Brisbane Dick Fund, 1935.
Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, Zaragoza, 1746-Burdeos, Francia, 1828) es considerado por todos como el primer artista moderno, trabajó como pintor y grabador y su obra abarca tanto la pintura como el mural, el dibujo y la estampa, amén de los tapices para los que elaboró innumerables bocetos y cartones. Comenzó siendo un artista que supo desligarse del rococó y el neoclasicismo—fue retratista y pintor cortesano, académico e ilustrado—para abrazar el romanticismo y con ello adelantarse en casi una centuria al expresionismo. Cultivó el naturalismo y la libre composición después de aprender de los coetáneos—Tiepolo y Mengs, también pintores en la corte madrileña—y profundizar en las enseñanzas de los maestros: Velázquez y Rembrandt. Goya representa no obstante el paradigma de artista que, sin abandonar los intereses puramente plásticos, manifiesta un compromiso social con su trabajo. Así lo corrobora el espíritu ilustrado que recorre buena parte de su producción, tanto dibujos como grabados y pinturas, algunas de ellas muy célebres por más que testimonien hechos luctuosos de la historia. No hay mejor artista para abordar una historia social y política de la pintura, pintor más cualificado para acercarse a la obra de arte como documento histórico, creador más comprometido con la expresión de un sentido crítico que no duda en poner de manifiesto siempre que tiene ocasión.

Joven bailando al son de una guitarra, 1794-1795 (Cuaderno de Sanlúcar [A], e). Pincel y aguadas de tinta de hollín sobre papel verjurado, 172 x 101 mm. Madrid, Museo Nacional del Prado.
El título de la muestra retoma el final de un párrafo de una carta de 1825, dirigida desde su retiro final en Burdeos a Joaquín María Ferrer, conocido suyo, político y editor de libros exiliado en París, en la que relata sus achaques agravados con la edad y se queja de que todo le falla y “solo la voluntad le sobra”. Esta frase puede servir para contextualizar el compromiso del artista con su trabajo, libre de encargos, modas y pasatiempos, del que queda constancia en los dibujos que pergeñó en sus cuadernos y estampas. Uno de los primeros cuadernos está vinculado a su estancia formativa en Italia en 1771, donde volcó además de anotaciones de viaje, recetas y datos autobiográficos, buena parte de lo que vio y copió y aprendió. Es pues este Cuaderno Italiano el que está en el origen de los bocetos preparatorios para el fresco La Gloria o Adoración del nombre de Dios en la basílica de Ntra. Sra. del Pilar de Zaragoza. Los rostros de los ángeles denotan esa filiación clásica que bebió en las fuentes originales del quattrocento italiano. Así también en los dibujos preparatorios para los cartones de majas y cazadores de 1775-1777 se aprecia la reciedumbre de la estatuaria clásica romana—tomemos como referencia el Torso Belvedere—y su interés seminal por atrapar los gestos y las costumbres de su época que sin duda tomó del natural, transfiriendo realismo y verosimilitud a lo representado.

Caricatura alegre, 1795-1796 (Cuaderno de Madrid [B], página 63). Pincel y aguada de tinta de hollín sobre papel verjurado, 232 x 142 mm. Madrid, Museo Nacional del Prado.

Escenas de vida cotidiana (femenina) son el espinazo el conocido como Cuaderno de Sanlúcar, supuestamente relacionado con la estancia del autor a finales del siglo XVIII en las dependencias del palacio de la Duquesa de Alba en Sanlucar de Barrameda. Una temática intimista, doméstica, con algunos apuntes de lo que más tarde vendrá a desarrollar en su serie de los Caprichos. El Cuaderno de Madrid (1795-1797) participa también de esta visión sobre el entorno más inmediato poblado de majas y caballeros, si bien a medida que aumentan las páginas se comienza a deformar la realidad, rostros y escenas, para recoger los primeros síntomas del drama social y político que se vive. Un preludio palmario con sus flagelantes, brujas, prostitutas y personajes deformes de lo que vendrá a continuación. Casi en el cambio de siglo Goya acomete una primera serie de dibujos—Sueños (1797)—a pluma y tinta, que junto a los realizados casi en exclusiva en lápiz rojo conforman el grueso de los Caprichos (1797-1799). Unos y otros serán la estructura sobre la que estampe la serie de grabados del mismo nombre en la que se da cuenta de los vicios de la época: la ignorancia, fermento de la brujería y la superstición, la decrepitud de una sociedad estamental—clerical, autárquica, aristocrática—la ineptitud de las clases dirigentes y los abusos del poder y el clero. Dibujos en los que alora la sátira descarnada y feraz de un espíritu inquieto y liberal, nada acomodaticio, que luchó contra las convenciones sociales y políticas hasta donde pudo y quiso.

Las camas de la muerte, 1812-1814 (Dibujo preparatorio para Desastre de la guerra 62). Lápiz rojo sobre papel verjurado, 148 x 206 mm. Madrid, Museo Nacional del Prado.

Llaman la atención la serie de dibujos del Cuaderno F (1812-1820) no solo o no tanto por la humildad del soporte—papel para escribir—que es signo de la carestía que se vive como consecuencia de la Guerra de la Independencia, como por la riqueza estilística e iconográfica de lo representado. Se trata de un conjunto de escenas tomadas de la vida real que relatan acontecimientos truculentos o cuando menos dramáticos con una soltura y ligereza de trazo encomiables y que por su gestualidad y la generosidad de la mancha—trasunto de sombra—antecede las soluciones plásticas del expresionismo del siglo XX. La serie de dibujos preparatorios para Los Desastres de la Guerra (1810-1815), realizados con lápiz rojo, enfatizan el dramatismo mencionado anteriormente con el relato preciso de muertes por enfrentamientos, abusos, ejecuciones y la hambruna derivadas de la contienda. La exposición continúa con los dibujos preparatorios para la serie de grabados La Tauromaquia (1814-1816) en la que Goya actúa como notario dando fe del debate que en la época ya causaba el ejercicio de dicha actividad, informando tanto de la legitimidad histórica de la misma como de la tragedia, el drama y la violencia adheridos a su práctica. Y todo ello con una prestancia inequívoca a testimoniar lances, situaciones y hechos que sin duda provienen de la experiencia directa.

Las camas de la muerte, 1812-1814 (Dibujo preparatorio para Desastres de la guerra 62). Lápiz rojo sobre papel verjurado, 148 x 206 mm. Madrid, Museo Nacional del Prado.

Las escenas del Cuaderno de bordes negros (1816-1820) constituyen un luminoso ejercicio de inmediatez, naturalismo y trasfondo psicológico o filosófico. Especialmente interesantes por su complejidad compositiva y su ejecución, de una sutileza y expresividad magistrales, son las aguadas y lápiz rojo de la serie de dibujos preparatorios de los Disparates (1815-1824). Escenas oníricas de una impronta iconográfica carente de caducidad, esta serie de dibujos constituye uno de los pilares que sustentan la valoración moderna del maestro como precursor de algunas de las corrientes del arte contemporáneo del pasado siglo. En este caso, estos dibujos presagian la libertad de la razón plástica que supuso el surrealismo, dando cabida al inconsciente y al mundo de los sueños en el relato de la pintura contemporánea. 

Goya Dibujos. Solo la voluntad me sobra 
Museo del Prado 
Clausura: 16 febrero 2020 
Comisarios: José Manuel Matilla y Manuela Mena 

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