Pedro Bueno en su centenario (1910-2010)

Autorretrato, ca. 1970

Miguel Clémentson, comisario / para Ars Operandi

Pedro Bueno en su centenario (1910-2010) recoge una cualitativa selección de las temáticas consideradas por el artista a lo largo de su fecunda trayectoria, destacando especialmente la amplia representación de retratos y autorretratos de que se nutre la muestra—veintitrés composiciones—, entre los que podemos encontrar obras tan representativas como el Autorretrato de 1945, que sirvió para ilustrar la portada de la exposición inaugural del influyente colectivo de posguerra conocido como Escuela de Madrid en la madrileña Galería Buchholz, que vino a suponer una inyección de vitalidad y frescura en el adormecido panorama de los años cuarenta. Otro periodo atendido en esta interesante muestra es el relativo a la etapa formativa del pintor, integrado por seis originales trabajos, mediante los cuales podemos vislumbrar sus inicios como pintor, al disfrutar de la Bolsa de Estudios que le asignó la Diputación para secuenciar sus estudios en la madrileña Escuela Superior de Pintura, que se disponía en aquellas fechas en los pisos superiores de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Otra representativas secuencias presentes en la exposición son las relativas a figuración humana y maternidades, que constituyen dos géneros ampliamente considerados a lo largo de su producción por el artista—en la muestra representados con veintidós y doce trabajos, respectivamente—. El bodegón, con dieciséis composiciones, es otra de las temáticas más queridas del pintor, desplegando a través de ella una estimación sobria, pero constructiva y rica en cromatismo, de lo que se ha venido a considerar como “naturaleza muerta” que, sin embargo en la producción de Bueno cobra vida exultante mediante la riqueza tonal que sabe orquestar el pintor. Sus desnudos, integrados por ocho composiciones, vienen a completar este recorrido temático, así como sus flores—representadas por nueve composiciones—y cuatro paisajes, temática poco atendida ciertamente dentro de su producción, en la que sin embargo sabe orquestar intensas secuencias.

 Copa de vidrio y pasteles, ca. 1972 

La pintura de Pedro Bueno representó en sus comienzos una reacción frente a las maneras academicistas que se generalizaron en la posguerra, al incorporar a su obra ese singular expresionismo de carácter sensitivo, que tan persistentemente la define, además de esa característica tendencia sintética con que el artista interpreta, una y otra vez, la naturaleza. Pedro Bueno detentaba una rigurosa formación plástica, fundamentada ante todo en la inmensa escuela del Museo del Prado, que le determinaba a valorar de la “Gran Pintura” aquellas leyes imperecederas, que fundamentaban las mejores realizaciones del pasado. Su planteamiento estético se emplazaba en un ideal equilibrio entre la más selecta tradición y los valores vigentes en la contemporaneidad, por lo que llegó a simbolizar en su día, de manera ejemplar, ese sereno sentido de modernidad que postulaba y defendía Eugenio d’Ors en su Academia Breve de Crítica de Arte.

Otra de las adscripciones que marcarán la futura consideración crítica de la obra de este artista, lo sitúan en el heterogéneo conglomerado de autores conocido como Escuela de Madrid, de la que, igualmente, llegaría a ser uno de sus más cualificados intérpretes.

 La espera, ca. 1972

En la consideración del género del retrato es donde este pintor da la medida de sus auténticas capacidades artísticas, llegándose a convertir en el auténtico regenerador de este programa en España, vertiendo en cada una de aquellas imágenes los modernos planteamientos constructivos y cromáticos de nuestro tiempo, adaptando convenientemente estas fórmulas actuales a su particular universo creativo. 

La obra del cordobés Pedro Bueno constituye una excepcional síntesis entre los más genuinos valores de la pintura y las más consistentes esencias de la modernidad. Su concepto estético, rigurosamente cimentado a través del estudio y de la práctica pictórica, supo situarse al margen de las modas efímeras que han caracterizado al arte del pasado siglo, de las que, no obstante, el artista era un inquieto y reflexivo conocedor. Pedro Bueno supo configurar una obra intensa, profunda, infiltrada de una extrema sensibilidad, que sólo era seguidora de su propio norte.

La crítica de arte ha considerado a este artista como uno de los más cualificados intérpretes del género del retrato en nuestro país, pero es preciso subrayar que su producción en este ámbito ha supuesto una auténtica regeneración para este programa temático.

El artista se hizo merecedor de las más importantes distinciones; su nombre, junto al de Julio Romero de Torres, conforma el dúo privilegiado de pintores cordobeses que lograron alcanzar la Medalla de Primera Clase en los ya desaparecidos Certámenes Nacionales que organizaba la Dirección General de Bellas Artes.

En este año se conmemora el centenario del nacimiento de este pintor, que aconteció el 17 de febrero de 1910 en la localidad cordobesa de Villa del Río, donde poseía el artista una casa que quiso convertir en museo dedicado a la exposición permanente de una selección antológica de su obra. Para que se respetara íntegramente su casa-museo en Villa del Río, el artista donó otra completa síntesis evolutiva de su producción, instalada en unas salas del Palacio de Viana, en Córdoba, que fueron inauguradas en abril de 1993, y que junto a la colección que posee la Diputación, integran el magnífico legado que el artista quiso vincular para siempre a la tierra que le vio nacer.

 Niña rubia, ca. 1982

Las obras de Pedro Bueno destacan, ante todo, por sus puros valores pictóricos, al haber recreado con sus trabajos imágenes de una belleza de filiación clasicista, mediante el despliegue de un preciso y sensitivo dibujo, un exquisito cuidado de la forma, y un extremo rigor compositivo, tendente a un concepto plástico de propensión a lo sintético. A sus imágenes, a sus efigies, las impregna de un hondo temperamento poético. Era un profundo conocedor de la obra de los grandes maestros, y un estudioso obsesivo de las grandes obras del Museo del Prado; al tiempo, había analizado e interiorizado las propuestas de las vanguardias del siglo XX, lo cual le permitía dar desarrollo a un tratamiento ejemplar del proceso plástico. De su pintura, la crítica siempre ha sido unánime al destacar la elegancia con que recrea sus figuras, lo cual supone la constatación distintiva de una exquisitez personal que en todo momento proyectó a todos y cada uno de sus trabajos, y que ahora tendremos ocasión de valorar en la amplia exposición conmemorativa que celebramos.

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Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Olé Ars Operandi, antes de leer la prensa me informo con vds. y no hay color. Mi sincera enhorabuena por vuestro trabajo.

rafael aguilera