El brillo califal de Villa-Toro

 
Exposición de Antonio Villa-Toro, Memorias de la ciudad brillante. Foto: RS

Rafael Sillero / para Ars Operandi 

Aunque últimamente parezca que siempre fue así, Madinat al-Zahra lleva poco tiempo en el imaginario afectivo de los cordobeses. Desde el mismo momento en el que Abd al-Rahman III se llevó, 8 kilómetros hacia el oeste, corte y lujos, Córdoba miró con cierto recelo a un enclave que nunca hizo suyo. Siendo uno de los mayores conjuntos urbanos construidos de una sola vez, el esplendor de la ciudad brillante fue fugaz, llegando posteriormente el olvido y el saqueo. Córdoba aparenta estado de letargo después de engullir su pasado, una ingesta que también se produce con algunos de sus hijos, como en el caso de Antonio Villa-Toro, que en una entrevista concedida a Gema Genil para el diario Córdoba en 2009, reconocía no poder trabajar en la ciudad cordobesa –“porque me devora”–. Pero desde el amor y el sentimiento de pertenencia que llega con la distancia, Villa-Toro sí ha ido incluyendo entre sus trabajos algunas temáticas esencialmente cordobesas, como ocurrió en la serie Los Omeyas (Palacio de la Merced, 2001).

El relato histórico, con esa necesidad totalitaria de sistematizar los acontecimientos, es creado desde perspectivas e intereses propios de cada época. Conjugando el pasado desde el presente, en este caso bajo pautas creativas, Villa-Toro ofrece una interpretación personal que sugiere esplendor desde el vestigio y la memoria. En la treintena de pinturas que conforman Memorias de la ciudad brillante, ha construido desde los retazos que conformaron un todo, desde lo perdido y posteriormente desenterrado: arabescos, mocárabes, esquematizadas arquitecturas, veladas grafías… Fragmentos que cobran autonomía y nos sumergen en el efímero brillo de un lugar que, en gran parte, está aún por descubrir.

Antonio Villa-Toro, Memorias de la ciudad brillante #19. Foto: RS
La búsqueda de la esencia por medio de las abstracciones es oportuna tanto si miramos los motivos inspiradores como la gestualidad de Villa-Toro; que apunta, con sus matéricas ensoñaciones, hacia un lugar que lo atrapó, como ineludible paso para la serie pictórica resultante, desde su primera visita escolar. De este modo, el diálogo íntimo del artista con Madinat al-Zahra llega a un espectador que se asoma ávido de descubrimiento, de igual manera que el visitante recorre el conjunto arqueológico. Cabe destacar la paleta cromática elegida, acorde también con la temática. En numerosas piezas, predominantes campos en ocres –que pueden recordar a la caliza o a la arena del desierto que Villa-Toro utiliza para crear texturas en algunas de sus obras– se combinan con negros, azules... y potentes rojos, siendo esta una familiar conjunción que podemos ver en las dovelas de los arcos omeyas. 

Memorias de la ciudad brillante es una página más del cuaderno vital de Villa-Toro, del “mosaico que finalmente acabará convirtiéndose en su propio autorretrato”, como señala Jesús Alcaide en el catálogo de la muestra. La exposición ha sido inaugurada unos días después de la declaración de Madinat al-Zahra como Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO, pero el artista viene trabajando desde 2012 en esta serie pictórica de grandes formatos, que también será expuesta, entre otros lugares, en Los Ángeles (California, EEUU).

Antonio Villa-Toro (Castro del Río, Córdoba; 1949) comenzó su andadura artística en los años 70 del pasado siglo, exponiendo desde entonces en numerosas galerías y centros de arte españoles y de países como Japón, EEUU, Alemania, Arabia Saudí o Argentina. También ha participado en prestigiosas ferias de arte contemporáneo. Artista multidisciplinar, ha entrado en los campos de la música, el vídeo, el grabado, la escultura y la performance, pero ha sido la pintura su terreno más fértil, pudiéndose definir esta, en líneas generales, dentro de un expresionismo que se ha movido cómodamente entre la figuración y la abstracción. En gran parte de su producción se puede observar el interés multicultural que le ha llevado a conocer numerosos pueblos y antiguas civilizaciones. Frente a lo dogmático y oficialista del mundo del arte, con cierta ironía, ha creado ismos como el pintamonismo o el travespintismo. En los años ochenta estuvo cercano a la movida madrileña, de la que se ha desmarcado en alguna ocasión por considerarla un montaje institucional. Pero, en medio de ese remolino generacional, trabajó en proyectos colectivos con artistas como Fabio McNamara, Paco Clavel o Tino Casal –con los que formó el colectivo Caos–. Sus últimas exposiciones en Córdoba tuvieron lugar en el Palacio de la Merced, la galería Carlos Bermúdez y la Fundación Antonio Gala. Una selección de su obra, con aproximadamente un centenar de piezas, puede ser vista permanentemente en su recién inaugurado museo de Castro del Río, su localidad natal.

Antonio Villa-Toro 
Memorias de la ciudad brillante 
Palacio de la Merced. Galería de Presidencia 
Hasta el 12 de septiembre de 2018

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