Festival Música Sur de Motril. Entrevista con Juan Carlos Garvayo

por María Santacecilia


La actividad de Juan Carlos Garvayo es variada y frenética, pero su centro como músico lo encuentra sentándose regularmente al piano, sintiendo bajo sus dedos el tacto sensual de las teclas. Su infancia discurrió sin las prisas de los niños de hoy en Motril, junto al mar, en un ambiente casi rural regado por una luz prodigiosa. Afirma que la cultura mediterránea ha dejado más poso en él que los valiosos consejos de algunos maestros. Es un intérprete vocacional, no cabe duda, y su presencia en el escenario desprende excelencia como artista y honestidad. Solista, director, componente del Trío Arbós, dirige en su ciudad natal un festival de resonancias marítimas, Música Sur, centrado en el repertorio camerístico, que celebra en este 2009 a su segunda edición.

María Santacecilia: En el programa de presentación de la edición 2009 de Música Sur, que se celebrará del 26 al 30 de septiembre, redacta usted un hermoso escrito en el que comenta cómo el pasado año los intérpretes se reconciliaron de alguna manera con su profesión, ¿cuál es ese lado ingrato de su trabajo?

Juan Carlos Garvayo: Los músicos nos quejamos de vicio. Para ser una profesión de tipo mayoritariamente vocacional que además no produce ningún bien necesario para la subsistencia básica del ser humano, nos quejamos a menudo de idioteces incomprensibles. Lo que de verdad es ingrato es levantarse a las cinco de la mañana para trabajar en la construcción o en el campo. Yo me refería a reconciliarnos con nuestra profesión buscando el origen de lo que en su día nos llevó a ser intérpretes. La pasada edición Música Sur nos regaló preciosos momentos en los que pudimos apreciar esas razones en estado puro: público y músicos -colegas, amigos- vibrando en torno a Schubert, Debussy o Beethoven. Ahí se recupera la ilusión, a pesar de la tensión constante que implica salir a un escenario, de los viajes pesados e interminables, y de la mezquindad insufrible del mundillo musical.

MS: Esos valiosos instantes se los ofrece a su ciudad natal. ¿Soñó cuando era niño con llegar a desempeñar distintas actividades -solista, músico de cámara, director, gestor- y volver a Motril como artista reconocido?

JCG: Yo nunca tuve sueños de gloria. Todas las facetas que usted enumera, en realidad para mí son parte de lo mismo: el oficio de músico. Ahora bien, haga lo que haga, necesito sentarme regularmente al piano, sentir la orografía del teclado bajo mis dedos.

MS: Me ha sorprendido no encontrar en la programación ni un solo estreno ni en la pasada edición ni en ésta. Teniendo en cuenta el evidente compromiso que demuestra con el repertorio contemporáneo: como director ha estrenado la ópera La noche y la palabra de José Manuel López López, y el Trío Arbós cuenta con una impresionante lista de encargos y primeras audiciones, ¿cómo se plantea la relación del Festival con la música de hoy?


JCG: No le negaré que mi relación con el repertorio actual es muy estrecha, pero no se trata en absoluto de “compromiso”. Musicalmente yo no me he comprometido con nada ni con nadie. Yo amo la música, y esto incluye tanto la del pasado como a la del presente. El abanico de posibilidades de disfrute para un intérprete en el ámbito de la creación contemporánea es impresionante por su extensión y por su inagotable variedad de estilos. Además contamos con el privilegio de poder trabajar directamente con los compositores, y la posibilidad de impulsar la creación de nuevas obras… Sin embargo, el grado de conocimiento y de experiencia que requiere el enfrentarse a cierto repertorio hace que enseguida te encasillen como “especialista”. A mí esto me parece aberrante y me resisto a formar parte de ello. Yo necesito fagocitar toneladas de música diaria para ser medianamente feliz. Quizás la razón de que en el festival no haya estrenos sea que, como ya los hago en muchos otros ámbitos, no necesito hacerlo aquí. Aunque también se debe a nuestro exiguo presupuesto. De haber sido más holgado, sí lo hubiera pensado para este año.

MS: Lo que nos conduce a la cuestión económica. La sombra de la crisis ya planeaba cuando Música Sur nació en 2008. Está dedicado al repertorio camerístico precisamente en España donde, salvo excepciones, no hay una tradición sólida ni de intérpretes ni de público afín al género. Menos aún el de Motril, que ni siquiera cuenta con una actividad concertística intensa. A priori parece una iniciativa suicida, ¿qué respuesta hubo la pasada edición?


JCG: Habría que matizar todas esas circunstancias adversas. El hecho de que en Motril no exista una temporada concertística regular no ha supuesto ningún problema. Desde la primera cita, un público curioso, sensible, y entusiasta como pocos, acudió en masa llenando día tras día el Teatro Calderón. La explicación es fácil: si cubres la necesidad inherente de arte del ser humano (cualquiera que sea su procedencia o formación) con algunos de los ejemplos más bellos del arte musical -el repertorio camerístico está plagado de ellos-, la respuesta será indefectiblemente de agradecimiento y entusiasmo. Por otra parte, aunque la idea de crear un festival de estas características flotaba en mi cabeza desde hace bastante tiempo, Música Sur nació expresamente en 2008 en el marco de los actos de celebración del centenario del Puerto de Motril y la financiación entonces estuvo cubierta enteramente por la Autoridad Portuaria, que además encargó una obra para coro al compositor Jesús Torres para clausurar los actos de conmemoración. La falta de esa “tradición sólida”, ha sido más bien un acicate. Es verdad que en España quienes nos hemos dedicado a la música de cámara no hemos tenido cerca modelos a seguir y por ello hemos tenido que fijarnos en otros países, pero esta situación también nos plantea a la vez el hermoso reto de superar esta carencia aportando todo lo posible para la construcción de una nueva tradición de la que nosotros también formemos parte. Este festival es un grano de arena más en esa dirección.

MS: ¿Y no podría contribuir a ello darle un aire de Academia internacional donde solistas y grupos especializados intercambien experiencias con músicos más jóvenes? Lo digo porque habitualmente los estudiantes de piano lo hacen pensando en ser solistas, pocos de ellos se imaginan haciendo carrera como miembros de un ensemble, y quizá un encuentro en su propio país con intérpretes de alto nivel tanto españoles como internacionales, pudiera suponer para ellos un estímulo importante.

Juan Carlos Garvayo. Foto Xavi Miró

JCG: No descarto la posibilidad de que se llegue a realizar algún día, aunque ahora queda un poco lejos de nuestras posibilidades. Creo la situación de los jóvenes pianistas españoles que usted describe donde realmente hay que solventarla es en los conservatorios. Actualmente, en la mayoría de los casos, esta asignatura la imparten profesores con escasa o nula formación y/o experiencia camerística que no son capaces de transmitir ni los conocimientos ni el entusiasmo necesario para que sus alumnos investiguen este campo. Al mismo tiempo, los propios profesores de piano tampoco suelen fomentar la práctica de la música de cámara, considerándola como algo menor ni siquiera digno de ser tenido en cuenta. Es una situación lamentable, ya que no sólo privan a sus alumnos de una de las formas más maravillosas de experimentar el arte musical, sino que también reducen tremendamente sus salidas laborales futuras.

MS: Los que nos movemos en el ámbito de la música culta -compositores, intérpretes, musicólogos, promotores, periodistas- nos sentimos invisibles para la sociedad, y más aún si se trata de contemporánea. El espacio que le dedican los medios generalistas es cada vez más escaso, y algunos sectores parece que quieran eliminar toda manifestación artística que no interese a un grupo mínimo de personas o que tenga que ser “mantenida” por el estado. En el ámbito de las orquestas se llevan a cabo iniciativas sociales (Venezuela) o ecológicas (Esa-Pekka Salonen y su Festival del Mar Báltico). Esto nos transmite la idea de que la música por sí misma no basta, y debemos mezclarla con asuntos de “mayorías” para justificar su presencia. ¿Con qué argumentos contamos los que nos dedicamos a este mundillo para defender este espacio?


JCG: A mí, como simple músico que soy, lo único que se me ocurre es sentarme al piano y tocar lo mejor posible cada vez que salgo a un escenario. ¿Qué más puedo hacer? Si en alguno de mis conciertos alguien se siente conmovido con lo que escucha, me daré por más que satisfecho. Es evidente que, tal y como está estructurada nuestra sociedad de consumo, la música culta está condenada a ser una manifestación artística de minorías. Habría que cambiar los cimientos para que algo que requiere tiempo, paciencia, esfuerzo, tranquilidad, meditación, excelencia, llamara la atención de una mayoría cada vez más habituada al producto barato de desecho, a la telebasura, a la zafiedad. Si le digo la verdad, desconfío bastante de todas esas tácticas de marketing que pretenden asociarla a algo ajeno para justificar su existencia. La capacidad de convencimiento de la música clásica por sí sola es tan poderosa, tan arrebatadora, que debería bastar. La única obligación que tenemos los que nos dedicamos a ello es presentarla en las mejores condiciones posibles. Tengo la sensación de que lo demás es perder el tiempo.

MS: Esa presencia minoritaria y el hecho de que reciba ayuda pública da argumentos a quienes consideran que se trata de un fenómeno artificial, de invernadero. No sé qué opinión le merece esto. ¿Cree que el hecho de que reciba apoyo estatal desvirtúa en algún sentido la actividad musical?

JCG: Creo que lo que realmente sucede es que la comodidad que implica recibir una generosa ayuda pública produce en algunos casos un efecto de relajación, una cierta laxitud a la hora de crear o de ofrecer un producto al público con el suficiente interés. No creo que sea lógico ni sano hablar de música en términos estrictamente de mercado, pero sí es verdad que para “hacer” música al más alto nivel posible y para elaborar programaciones interesantes y atractivas es necesario mantenerse en un estado de tensión creadora que desaparece o simplemente no existe cuando la cobertura financiera está garantizada cualquiera que sea el resultado. También puede ocurrir el caso contrario, es decir, que la financiación proveniente de empresas privadas condicione los contenidos hacia productos o subproductos musicales de escasa calidad pero de amplia difusión social. Supongo que la solución pasa por estimular la implicación de fundaciones privadas y empresas a través de una ley de mecenazgo adecuada que permita cubrir el desequilibrio existente, así como por crear propuestas adecuadas e imaginativas por parte de los programadores.


MS: En una entrevista reciente, el promotor Alfonso Aijón declaraba que el público español está demasiado acostumbrado a que los precios de los conciertos sean bajos gracias a las subvenciones públicas [leer entrevista]. Afirmaba que la gente encontraba normal pagar 400 euros por ver a Madonna, pero no la misma cantidad por ver algo de excepcional calidad en el ámbito de la música clásica, ni siquiera ópera. ¿Considera que las iniciativas musicales, tanto el Festival que dirige como sus otras actividades como intérprete, podrían ser viables de no tener apoyos públicos?

JCG: Ante todo, tengo que aclarar que más del noventa por ciento de la financiación de nuestro festival procede de empresas privadas. Las aportaciones de las instituciones públicas son meramente testimoniales. Ésta es para mí la situación ideal de mecenazgo, ya que pienso que el estado debería sobre todo dedicarse a otras cuestiones más acuciantes, y de paso mantendríamos la cultura alejada de las veleidades de la política. Ahora bien, sin un mecenazgo adecuado, la mayor parte de la producción cultural y artística europea simplemente no existiría. Es evidente que la música clásica necesita de apoyo financiero para sobrevivir; el problema es que en España son muy pocas las empresas privadas o fundaciones que se interesan por sustentarla, en parte debido a la inexistencia de una ley de mecenazgo bien desarrollada. Por tanto, son a menudo los apoyos públicos los que vienen a rellenar de manera a veces precaria esa carencia. En Música Sur 2009 las entradas son gratuitas por razones circunstanciales, situación que probablemente será modificada en un futuro. Estoy de acuerdo con Aijón en que se debe crear en el público español una conciencia del valor real del concierto al que quieren asistir libremente, sin que otros conciudadanos tengan que pagar con sus impuestos los gustos de otros. No se trata tampoco de erradicar la presencia estatal de la cultura, pero sí de equilibrarla y de delimitar su papel.


Publicado originalmente en Mundoclasico.com

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